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Caso 709

Tengo treinta y un años. Tuve un trabajo tóxico que me llevó a caer en depresión y ansiedad crónica.... Renuncié, y me quedé sin empleo por dos semanas. Hoy estoy en un mejor empleo, más tranquilo y... también mejor remunerado.

Sin embargo, el trauma de la mala experiencia laboral me está afectando. Tengo miedo hasta de leer mi correo electrónico y de que me escriba mi jefe. [Me siento ansioso cada vez que me piden una tarea, ya que temo equivocarme y me aterra que ocurra algo similar en este nuevo empleo....]

Quiero ser feliz con lo que tengo, pero no lo consigo.

Consejo

Estimado amigo:

Sentimos mucho lo que usted ha estado sufriendo. Usted no dice cuánto tiempo trabajó bajo estrés, pero es evidente que fue lo suficiente como para alterar las sustancias químicas en su cerebro. Lamentablemente esas alteraciones no desaparecieron cuando usted tomó la decisión de abandonar ese ambiente laboral estresante.

Cuando el estrés se prolonga, puede perjudicar nuestro corazón y otros órganos de nuestro cuerpo. Mientras sufrimos el estrés, nuestro cuerpo reacciona huyendo o luchando. Eso quiere decir que nuestro corazón acelera su latido a fin de prepararnos para confrontar el peligro o huir, y comenzamos a respirar con mayor rapidez. Esas reacciones físicas las monitorea nuestro cerebro, y la adrenalina comienza a fluir a través de nuestro cuerpo, dándonos de repente más fuerza y concentración. Como resultado, nos agitamos y nos disponemos ansiosamente a actuar.

Dios nos creó de tal manera que esas reacciones nos auxiliaran en momentos de peligro, pero cuando esos momentos se prolongan y llegan a ser días, semanas, meses y años, nuestro corazón, nuestro sistema respiratorio e incluso nuestro sistema digestivo sufren los efectos de una incesante demanda de sus servicios. Nuestro cerebro produce las sustancias químicas necesarias para mantenernos en estado de alerta y listos.

Cuando ya no estamos bajo estrés, nuestro cuerpo y nuestro cerebro no se recuperan de inmediato. Es posible que nos sintamos ansiosos, agitados y en estado de alerta como antes, pero sin ninguna razón lógica. Nuestro cuerpo está preparado para que el estrés vuelva en cualquier momento.

Una de las cosas más rápidas y prácticas que podemos hacer es detenernos y ordenarle a nuestro cuerpo que respire con más lentitud. A medida que respiramos lenta y profundamente, podemos clamar a Dios pidiéndole ayuda.

Lea y memorice el pasaje bíblico escrito por el apóstol Pablo que dice: «No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.»1 Concéntrese en las palabras a medida que respira, y pídale a Dios que cuide su corazón y su mente al darle su paz divina.

Cuando usted logra respirar con más lentitud, su corazón late también con mayor lentitud. Cuando su cerebro se concentra en Dios y en el poder que Él tiene para cuidar su corazón y su mente, tarde o temprano le llega el mensaje de que ha desaparecido el estrés. Sin embargo, si después de intentar lograrlo durante algunas semanas o incluso algunos meses, todavía sigue sufriendo, entonces le recomendamos que acuda a un consejero profesional o que forme parte de un grupo de terapia compuesto de personas que, así como usted, tienen la tendencia de sentirse ansiosos.

Le deseamos lo mejor,

Linda
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1 Fil 4:6-7 (NVI)

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