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Caso 41

Quiero pedirles un consejo para solucionar mi problema. Tengo cuatro años de convivencia con mi pareja, [pero] me ha costado mucho trabajo aceptar su forma de ser, sobre todo por su mala costumbre de decir vulgaridades a todo momento. Pareciera que no se diera cuenta cuántas veces lo hace y todo lo que dice. No hay un solo instante que no lo haga. Tiene esas palabras en su vocabulario como [si fueran] palabras comunes.

He tratado de varias formas de hacerle entender lo mal que me siento por ello, [y él] lo modera un poco; pero al día siguiente es igual. Ya no sé qué hacer.

Recurro a ustedes para que me orienten para poder ayudarlo a él.... Les agradezco anticipadamente.

Consejo

Estimada amiga:

Su caso nos recuerda las veces que estamos en un lugar público y oímos a algunas personas hablando en voz alta y diciendo palabrotas ¡como si todo el mundo quisiera oírlas! Eso es ofensivo y grosero, pero quienes lo hacen dan la impresión de no darse cuenta siquiera de que no es aceptable.

La parte de su problema que más nos preocupa es que, al parecer, a su pareja le importa poco cómo usted se siente. Usted se ha expresado al respecto reiteradas veces, y sin embargo él sigue haciendo lo mismo. Creemos que si de veras la amara a usted, le importaría lo bastante como para controlar su vocabulario.

Quisiéramos hacerle una pregunta: ¿Controla su pareja el vocabulario cuando habla con un supervisor en el trabajo, o cuando habla con sus familiares más jóvenes? ¿Hay alguna situación en la que controla lo que dice? Si es así, entonces sí tiene la capacidad de controlarse cuando está con usted, sólo que no considera que sea tan importante como para esforzarse por hacerlo.

¿Ha notado usted que él no se ha mostrado sensible a sus sentimientos y deseos en otros aspectos? Lo más probable es que sí. Sin duda la insensibilidad que él le demuestra al decir vulgaridades es apenas un síntoma de los problemas en la relación que tienen ustedes dos. Cuando a una persona no le importan los sentimientos de su pareja, ¿qué clase de relación tiene con ella? Si él dice que la quiere a usted, pero no está dispuesto a demostrarlo con el trato que le da, entonces ¿es ese el amor que usted de veras quiere? Le aseguramos que, con el paso del tiempo, la insensibilidad que él le mostrará a usted será cada vez peor.

Si sólo tenemos en cuenta las malas palabras y no pensamos en los problemas en la relación en general, entonces la única manera en que él mejorará será que él quiera mejorar. No hay nada que usted pueda decir o hacer que lo haga cambiar de parecer.

Para incentivar a una persona que quiere dejar de decir vulgaridades, es recomendable un sistema de recompensas. Por ejemplo, él pudiera acordar con usted que cada vez que diga una palabra vulgar, él tiene que poner determinada cantidad de dinero en una alcancía (cualquier cantidad que se ajuste a su situación financiera). Tiene que ser suficiente dinero como para que duela un poco, pero no tanto que sea imposible. Posteriormente, cuando ya haya suficiente dinero en la alcancía, usted puede gastarlo llevándolo a él a un restaurante que sea el favorito de usted pero no el de él, o comprando boletos para una actividad cultural a la que usted quisiera asistir. Si una persona sinceramente quiere cambiar, esta clase de sistema puede ser muy beneficioso. Pero recuerde que sólo dará resultado si él quiere hacerlo.

La dejamos con las palabras del apóstol Santiago, que siempre tiene un consejo práctico para la vida diaria. Él no sólo nos recuerda lo difícil que es controlar nuestras palabras, sino también la importancia que eso tiene. Él dice: «Cuando ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, podemos controlar todo el animal. Fíjense también en los barcos. A pesar de ser tan grandes y de ser impulsados por fuertes vientos, se gobiernan por un pequeño timón a voluntad del piloto. Así también la lengua es un miembro muy pequeño del cuerpo, pero hace alarde de grandes hazañas. ¡Imagínense qué gran bosque se incendia con tan pequeña chispa! También la lengua es un fuego, un mundo de maldad. Siendo uno de nuestros órganos, contamina todo el cuerpo y, encendida por el infierno, prende a su vez fuego a todo el curso de la vida. El ser humano sabe domar y, en efecto, ha domado toda clase de fieras, de aves, de reptiles y de bestias marinas; pero nadie puede domar la lengua. Es un mal irrefrenable, lleno de veneno mortal. Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios. De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Puede acaso brotar de una misma fuente agua dulce y agua salada?»1

¡Usted tiene mucho en qué pensar!

Linda y Carlos Rey
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1 Stg 3:3‑11

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