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Caso 511

Desde mi niñez, mi madre y mi padrastro no han dejado de pelear. Sus discusiones son por la infidelidad de mi padrastro....  Mi madre es muy celosa porque lo ha encontrado hablando con muchas mujeres. Desde ahí mi madre siempre piensa que le está siendo infiel. Ellos se casaron hace dos años. Estoy desesperada. ¿Me puede dar un consejo? ¿Qué puedo hacer por ellos?

Consejo

Estimada amiga:

¡Cuánto sentimos que sea tan negativo el ambiente que tiene que soportar en su hogar! En el consejo para otros «Casos de la semana», he contado cómo había peleas constantes en mi hogar durante mi niñez. Por eso puedo comprender esa sensación de temor en lo más profundo cuando uno vuelve a casa después de haber estado fuera algunas horas. Uno no sabe con qué crisis se ha de encontrar cuando abra la puerta. ¿Les habrá ido de maravilla durante el día de modo que estén llevándose bien, o estarán luchando de manera encarnizada el uno contra el otro, gritando e insultándose?

Dios diseñó el matrimonio con varios propósitos en mente. Uno de esos propósitos era que un hombre y una mujer pudieran proveer un ambiente seguro para la crianza de los niños. Pero para usted y para mí, como también para millones de otras personas en el mundo, el hogar no llegó a ser un lugar seguro ni estable. Desacuerdos y discordia entre personas, entre grupos y entre naciones han causado que millones de niños crezcan sin la crianza y la seguridad que más les conviene para su desarrollo emocional.

Las guerras, el terrorismo, la falta de vivienda, la pobreza y la enfermedad mental son apenas unas cuantas razones por las que hay niños que carecen de la seguridad de un hogar. Otros niños son víctimas del egoísmo, de la infidelidad, de los celos y del consumo de sustancias adictivas de parte de las personas mismas que debieran estar protegiéndolos y criándolos. Nuestras decisiones como seres humanos ayudarán o perjudicarán a quienes nos rodean, al igual que nuestras decisiones como grupos étnicos y sociedades ayudarán o perjudicarán a la población del mundo.

No es Dios quien causa la guerra, ni el egoísmo ni ninguno de los otros factores que pueden privar de un hogar estable a un niño. A Dios lo podemos culpar de una sola cosa: Él es culpable de darnos a cada uno la libertad de decidir cómo hemos de ayudar o perjudicar a los que amamos y a todos los demás que serán afectados por lo que hacemos.

El apóstol Pablo enseñó que no debemos valernos de nuestra libertad para hacer cualquier cosa que deseemos, sino que tengamos presente cómo nuestras decisiones afectarán a los demás.1 Cuando pensamos sólo en nosotros mismos, las consecuencias de nuestras acciones casi siempre son perjudiciales.

Los Casos 188 y 358 son de personas que, lamentablemente, han pasado por experiencias casi idénticas a la suya. En esos casos encontrará algunas sugerencias para saber cómo afrontar la situación difícil en que usted se encuentra.

Le deseamos lo mejor,

Linda
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1 Gá 5:13

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