«¡Paren el fuego!»

25 mar 2020

«Muchas cosas sucedieron durante la Campaña de 1948.... Durante el ataque aéreo a San Isidro...., olvidando el almuerzo y el peligro, nuestros soldados tiraban a los aviones, en serio. Tiraban con rifles Mauser, pero no alcanzaban la altura de los atacantes, que se jugaban la vida constantemente, un poquito más arriba de la balacera.

»La altura era una de las causas de la mala puntería de los aviadores. Y las bombas se les iban gastando en vano, después del vuelo desde San José hasta San Isidro, que no era corto para aquellas naves pequeñas.

»Los pilotos necesitaban bajar más, aun aumentando el peligro de que nuestra riflería los alcanzara. Y nosotros necesitábamos que bajaran un poquito, para poder pegarles, aunque con eso mejoraran ellos su puntería, y [fuera mayor] nuestro riesgo.

»Pronto imaginamos una manera de hacer bajar los aviones y ponerlos a nuestro alcance. Ordenamos parar el fuego de los Mauser, y sigilosamente subimos una ametralladora de trípode al árbol más alto, amarrándola, junto con el operador, con pedazos de mecate, a las ramas de la copa. La máquina de calibre 30 tenía más alcance que los rifles, y disparaba más tiros. Además tendría... su blanco más cerca, más bajito.

»¡Dicho y hecho!

»“¡Paren el fuego! ¡Paren el fuego!” hubo que gritar muchas veces. Pero un ejército de patriotas voluntarios no suele ser muy disciplinado. Y... una de las órdenes más difíciles de acatar es la de parar el fuego, cuando ya la gente ha entrado en calor....

»... El problema se complicó... porque, cuando yo ordenaba que pararan el fuego, un soldado nuestro bien escondido no sé dónde, gritaba: “¡Denles [duro], muchachos! Cuantas más bombas de esas caen, ¡más‑se‑goza!”

»Por fin... a las avionetas se les acabaron las bombas, y se tuvieron que ir de regreso a San José sin hacernos ni un rasguño. Misión cumplida, misión perdida.

»Tocaron las cornetas al son de “terminó el peligro”. Muchos de nuestros hombres que estaban tirados boca abajo en las zanjas preparadas [de antemano] se incorporaron, y casi fue innecesario dar la orden de almuerzo.

»Pero entonces me buscó en carrera doña Andrea Venegas, la heroica Jefe de Cocina,... con una noticia peor que la venida de los aviones enemigos. ¡Por el momento no había almuerzo!

»“Cuando usted ordenó tantas veces que apagáramos el fuego y que apagáramos el fuego, le echamos baldes de agua a los fogones.”»1

Así nacen las palabras y los cuentos es el título que le puso el popular ex presidente de Costa Rica José Figueres a la pequeña obra suya de la que procede esta simpática anécdota histórica, escrita en 1977. Y así como en 1948 en San Isidro, Costa Rica, doña Andrea apagó el fuego de los fogones debido a que entendió mal lo que su jefe militar quería que hiciera, también hay quienes actualmente apagan el fuego del Espíritu Santo a causa de que entienden mal la voluntad de Dios, su Jefe espiritual. Pues Dios quiere que nos preocupemos más bien de que en nuestro fogón no deje de arder el fuego de su presencia, no sea que nos quedemos con hambre espiritual.2


1 José Figueres, Así nacen las palabras y los cuentos (San José, Costa Rica: Editorial Costa Rica, 1977), pp. 135‑41.
2 1Ts 5:19
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