Agua para la batalla

28 feb 2020

(Aniversario de la Batalla de Cúcuta)

En los anales históricos de la Batalla de Cúcuta él no figura como uno de los héroes, tales como el coronel Bolívar, el teniente José Concha, el capitán Vigil, el mayor Juan Salvador Narváez y el coronel José Félix Rivas. Pasa, más bien, casi desapercibido, tal vez porque no era más que un muchacho de veinte años y, hasta el día de hoy, no se conocen los nombres de sus padres ni de sus hermanos. Ni siquiera se conoce el nombre de su burra, con la que día tras día recorría la ciudad de arriba abajo, cargando agua para vender o cambiar por un plato de comida. Y sin embargo la función que cumplía de abastecer de ese «precioso líquido» a la comunidad era tan importante que dio paso a que Eugenio Sosa y su burra llegaran a formar parte de la galería de héroes de nuestra independencia.

Es que ese domingo 28 de febrero de 1813 alguien le informó al joven que había visto pasar a soldados realistas, camuflados y armados hasta los dientes, en la colina donde acampaba el coronel Bolívar, que posteriormente se conocería como la Loma de Bolívar. Así que Eugenio subió a la loma y, junto con su burra, prestó sus servicios a los patriotas. Bajo un bravo sol mañanero, comenzó a repartir agua en jícaras, diciendo: «Agüita para mis soldados.» No había soldado patriota a quien no le ofreciera agua, cualquiera que fuera su rango. Una y otra vez subía y bajaba, vaciando los calabazos y volviendo para llenarlos.

Después de ganada la batalla, Sosa se unió a las filas de los patriotas... sin la burra, por supuesto. Desafortunadamente los historiadores no vuelven a mencionar al joven recluta, ni mucho menos a su valiosa burra.1

Así como los soldados que lucharon por nuestra independencia ese día en aquella loma, también nosotros tenemos que librar una batalla, no sólo por la vida colectiva sino también por la vida privada. Y al igual que ellos, en esa lucha individual tenemos que poner todo nuestro empeño en conservar tanto la salud física como la salud espiritual. Lamentablemente, aun con todos los adelantos de la ciencia médica del siglo veintiuno comparada con la del siglo diecinueve, para conservar la salud física no tenemos ninguna garantía, como tampoco la tuvieron ellos. Pero, gracias a Dios, sí tenemos un recurso a nuestra disposición para mantenernos abastecidos de agua, así como lo tuvieron ellos, no para una sola batalla sino para toda la vida y para siempre.

Ese recurso que nos ofrece Dios se lo ofreció su Hijo Jesucristo a una mujer de Samaria a la que Él le había pedido que le sacara agua de un pozo. Ese caluroso día Jesús le dio a entender a ella que, si reconocemos a Dios como una fuente de agua inagotable, no tenemos que hacer más que pedírsela para recibirla. Pero no se trata de agua cualquiera, que sacia la sed temporalmente, sino de agua que da vida abundante y se convierte en un manantial del que brota vida eterna. Más vale entonces que, así como aquella mujer, le pidamos: «Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed.»2


1 Gustavo Gómez Ardila, «Sol, agua y burra», Cúcuta para reírla (Escenas de su historia) <https://www.cucutanuestra.com/temas/libros_nortesantandereanos/ cucuta_para_reirla/capitulo3.htm> En línea 28 agosto 2019.
2 Jn 4:4-15; 10:10
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