«Regina no tuvo opción»

11 dic 2020

«La conoció cuando ella era una muchacha humilde... [que] todavía escondía en su delantalcito de manta, como rezago de su niñez, un cuento de muñecas. Él era, para esa adelfa en flor, una vieja rama de un triste conacaste.... Tenía el carácter seco y sombrío. [Era] un ser tan mezquino que nunca fue pródigo ni con los vicios.... Carecía de ternura en la mirada.... Trabajaba en una pequeña oficina de aduanas,... y por las noches se dedicaba a reparar vetustas maquinas de coser y relojes de péndulo que marcaban un tiempo indefinido. La muchacha y su tía todos los días lo miraban pasar, mientras regaban el jardín y daban de comer a las gallinas, a su rutina de trabajo, con su traje negro de levita y su sombrero de fieltro oscuro.

»Ella siempre consideró a ese hombre algo lejano, distante a su mundo y a su geografía, hasta que esa noche... [él] tocó a la puerta, sosteniendo entre sus manos un ramo de alegres margaritas, y conversó tendidamente con la tía. Momentos después, ésta la llamaba para que dejara de lavar los últimos trastos sucios de la cena y atendiera a aquella inusitada visita. Cuando se aproximó, su tía dijo: “Regina, el señor aquí ha venido a pedir tu mano. Yo he consentido en dársela, porque te conviene. Desde hoy será tu novio formal y podrá visitarte cuando guste.”

»Regina sintió que aquellas palabras eran una baldada de agua helada con que su tía, sin consultar, [la] lavaba.... Hubiera querido resistirse, gritar con todo su aliento que NO, que... era necesario esperar. Pero no pudo.... Quiso decirles... que todavía les tenía miedo a los hombres, esos animales con cara de chivo a quienes les salían vellos en el rostro; que era inconcebible unir su vida a la de un desconocido.... Pero calló. Calló como se calla ante una gran tragedia o un gran sacrificio. Porque eso sería, en el fondo, vivir junto a aquel hombre que... padecía de la más triste de las soledades: la de sólo poder amarse a sí mismo y a nadie más.

»A la mañana siguiente, Regina no se levantó como de costumbre a regar las flores del jardín ni a darle de comer a las gallinas. Ella “dormía” en el viejo catre, y junto a su lecho yacían, desparramados, frutos de adelfa que impregnaban de un olor agrio y a monte el ambiente del aposento. Regina no tuvo opción.»1

De ahí que el autor salvadoreño Nelson Ramón Baldor, seudónimo de Ramón Pacheco Menéndez, le haya puesto por título «Regina no tuvo opción» a este cuento que escribió con la colaboración de su hermano Jaime Pacheco. Es uno de veintidós cuentos que componen su obra titulada Historias odiosas.2

A diferencia de Regina en este cuento, la virgen María, en la gloriosa historia verídica de la primera Navidad, no se sintió atrapada, como en un callejón sin salida. Porque si bien María fue escogida por Dios mismo para casarse con José, no sin antes quedar embarazada por obra del Espíritu Santo, ella se alegró al reconocer que se le había concedido el supremo privilegio de dar a luz al Hijo del Altísimo. Pues de ese modo su hijo Jesús, el Hijo de Dios, se haría hombre y llegaría a ser «Dios mi Salvador» tanto para ella como para todo el que lo aceptara como tal de ahí en adelante.3


1 Ramón Pacheco Menéndez (Nelson Ramón Baldor), «Regina no tuvo opción», Historias odiosas (Toronto, Canadá: CALCA Printing & Graphic Design, 2003) <http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/ Autoresactuales/RamonPacheco/cuentos.asp> En línea 18 febrero 2009.
2 <http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/ Autoresactuales/RamonPacheco/> En línea 18 febrero 2009.
3 Lc 1:26-38,45-49
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