«Dime con quién andas»

3 feb 2017
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Torquemada, un rudo vendedor de agua, solía ir por la calle arreando su burro con tremendos azotes. La gente, acostumbrada a presenciar ese triste espectáculo, no hacía nada por impedir el suplicio y la humillación del asno, sino que se limitaba a decir: «¡Ahí van Torquemada y su burro!» Hasta que un día pasó por allí un caballero que se le acercó y le rogó que tuviera compasión del pobre animal. El pícaro aguador español se quitó la caperuza y le dijo al defensor del asno:

—¡Yo haré lo que su señoría me mande, pues no pensé que mi burro tuviera parientes en la Corte!

La respuesta burlona de Torquemada le cayó en gracia al caballero, tanto que le compró el animal y se lo llevó a su casa. El asno resultó ser un espectáculo agradable para los que se divertían en su compañía. Su nuevo amo lo llevaba consigo dondequiera que iba, como lo hacía antes Torquemada. Pero ahora la gente no calificaba al asno de «burro», porque no lo asociaba con la mala compañía de Torquemada. Al contrario, hablaba bien de él porque iba bien acompañado. Por algo sería que a este cuento titulado Torquemada y su asno el gran lingüista Covarrubias de Toledo le puso el subtítulo: «De los que dondequiera que vayan, llevan en su compañía un necio pesado».

La gracia de este cuento es que quien iba mal acompañado no era Torquemada sino su asno, de modo que cuando el pobre burro cambió de amo, y por tanto de compañía, se arregló todo. Ahora la gente podía ver que, en compañía de un caballero, el burro era un animal respetable. En él se cumplía el refrán que dice: «Dime con quién andas, y te diré quién eres.»1

Ya hacía bastantes siglos que San Pablo había consignado una variante de este refrán. «No se dejen engañar —les escribió a los corintios—: “Las malas compañías corrompen las buenas costumbres.”»2 San Pablo sabía que conocer a Dios es andar bien acompañado, al igual que el salmista David, que dijo: «Yo no convivo con los mentirosos, ni me junto con los hipócritas; aborrezco la compañía de los malvados; no cultivo la amistad de los perversos. Señor, tu gran amor lo tengo presente, y siempre ando en tu verdad»3. David sabía por experiencia que no hay mejor compañía que la de nuestro caballeroso Dios. Él no nos obliga a servirle; nos invita más bien a andar con Él, a disfrutar de su compañía y a cultivar su amistad por toda la eternidad.


1 Luis Junceda, Del dicho al hecho (Barcelona: Ediciones Obelisco, 1991), p. 215.
2 1Co 15:33
3 Sal 26:3‑8
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