Ese día la familia andaba feliz. Eran cinco: padre, madre y tres hijos. Recorrían los departamentos de un gran almacén francés. No había nada en su vida que presagiara lo que muy pronto habría de ocurrir.
Sin embargo, de repente Michael Coundurier, su esposa Marie y sus hijitos Michel, Louis y Kent, todos de Angulema, Francia, cayeron al suelo. Muchos que los rodeaban lo vieron todo, pero no había explicación. Todos los miembros de la familia Coundurier, en un solo instante, rodaron muertos por el suelo. ¿La causa? Paro cardíaco.
Ante este asombroso caso de muerte simultánea de toda una familia, una psicóloga de la policía, Catherine Trudeau, emitió esta opinión: «Fue un caso de muerte psico-simpática.»
He aquí el caso de una familia, sana y normal, sin enemigos, sin enfermedades, sin pacto suicida, sin nada anormal en su conducta y sin ningún deseo de morir, que de repente, los cinco juntos, cayeron muertos. La única explicación que dieron los psicólogos, que por cierto no aclaró mucho, es que tal vez exista un enlace psicológico entre ciertas personas, por lo general familiares, que cause que a la muerte de uno, mueran también los demás. Es lo que llaman «muerte psico-simpática».
Se registran algunos casos entre personas ancianas. A veces cónyuges que han llegado a una edad muy avanzada como que presienten el momento de la muerte del otro y mueren juntos sin causa ni razón física.
Es muerte conjunta por simpatía, una muerte simultánea provocada, probablemente, por el amor. En el caso de la familia Coundurier debió de ocurrir algo así. Una muerte, si se quiere, aceptable. Murieron los cinco juntos, sin dolor, sin agonía, sin angustia y sin espanto.
Salvando las distancias, hubo Uno en la historia que, podríamos decir, sufrió una muerte psico-simpática. Fue, por supuesto, mucho más que eso. Se trata de Jesucristo. Él sabía que la raza humana, sin excepción alguna, estaba destinada, por el pecado, a la muerte eterna, así que se entregó a sí mismo a una muerte de criminal, muerte de cruz.
Sin embargo, su muerte fue en sustitución. Él se sometió a la muerte para sentir nuestro dolor, y así se identificó con nosotros. Pero una muerte tal no produce ningún beneficio de por sí. Por eso murió también para borrar nuestros pecados. Sus palabras fueron éstas: «el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20:28). Su muerte es más que simpatía. Su muerte es salvación.


