30 ene 2007

La muerte dentro de la muerte

por el Hermano Pablo

Lento, pausado, estudiadamente dramático, avanzaba el cortejo. Delante iba el féretro, colocado sobre una carroza. Detrás, una treintena de mujeres que lloraban y rezaban. Más atrás, una cadena de automóviles llenos de dolientes, deudos, amigos.

El cortejo, que venía de Bolivia, cruzó la frontera de Salta, República Argentina. Los gendarmes que guardaban el puesto fronterizo se hicieron a un lado, por respeto al finado. Y el cortejo pasó, con el féretro cargado de flores, con las mujeres llorando, con los autos con crespones.

Pero a los pocos kilómetros el cortejo fue detenido. Oficiales de la División Policial contra Narcóticos ordenaron abrir el cajón. Dentro no había ningún cadáver. Sólo había 42 kilogramos de coca en estado puro.

El contrabando de narcóticos es algo ya universal. Posiblemente no quede frontera en el mundo donde no exista este maléfico comercio. Y por más que la policía extreme sus recursos para detectar cargamentos, parece que los delincuentes siempre les van un paso adelante.

«La muerte dentro de la muerte», decían pintorescamente los diarios de Salta al comentar el suceso. Y tenían razón. Dentro del lustrado ataúd no había ningún pacífico cadáver, sin más que hacer que llevar las manos cruzadas y dormir de espaldas el sueño frío.

Dentro había 42 kilogramos de droga, que es la muerte lenta pero inexorable de la voluntad, de la inteligencia, de la moral y de los sentimientos. La droga es la muerte de los que viven y la ruina de lo mejor que Dios ha puesto en el ser humano.

Dios no hizo al hombre para que se destruyera lentamente con sus vicios. Dios no hizo al hombre para el tabaco ni para el alcohol. No lo hizo para la marihuana ni para la cocaína. Ni lo hizo para el LSD ni para el polvo de ángel.

Dios lo hizo para el disfrute y el ejercicio de sus facultades superiores: la inteligencia, la memoria, la imaginación, la moral y la conciencia. Pero las drogas matan todo eso, y dejan al individuo creado a la imagen de Dios su Creador, al nivel del vegetal, o del más pobre y rudimentario de los animalitos.

Dios hizo al hombre para que lo conociera por medio de su Hijo Jesucristo. Esa es la verdad que necesitan comprender tanto los drogadictos como los narcotraficantes.

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