9 ene 2007

¿Mejor preso que libre?

por el Hermano Pablo

Cuando saltó en paracaídas sobre la ciudad de Roma, fue su último salto. La guerra estaba terminando. La alemania de Hitler libraba la batalla de Roma, y las tropas aliadas avanzaban victoriosas. A Willie Chomonczak, ucraniano al servicio del ejército alemán, se lo llevaron preso a un campo de concentración en Escocia.

Cuando terminó la guerra, los aliados le ofrecieron volver a Ucrania, pero Willie no quiso. Ya se había enamorado del ambiente despejado de un país democrático. «Prefiero vivir preso en un país libre, que libre en un país preso», fueron sus palabras al fin de la Segunda Guerra Mundial.

Ahora estamos en una nueva época de la historia, y Ucrania es un país libre. Donde por más de ochenta años soplaron los vientos del totalitarismo, ahora soplan los vientos de la libertad. Pero aun así, Willie Chomonczak prefirió la seguridad de Escocia que la incertidumbre de un país en transición. Por eso dijo: «Mejor preso en un país libre, que libre en un país donde las fronteras fueron rejas.»

El diccionario define, en parte, la palabra «libertad» de la siguiente manera: «Estado opuesto a la servidumbre». ¡Qué descripción más pura! «Estado opuesto a la servidumbre.» ¿Querrá eso decir: «Estado opuesto a cualquier servidumbre, a cualquier esclavitud»? Sí, a cualquier esclavitud.

Hay una esclavitud que oprime a millones de personas y que, sin embargo, atrapa y engaña a tal grado que el esclavo no se da cuenta de que es esclavo: la esclavitud de querer quebrantar las leyes morales de Dios. Toda tentación hacia el mal es producto del maligno, que desea hacer esclavos de todos. Jesucristo lo dijo: «Les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado» (Juan 8:34).

¿Habrá, contra esa esclavitud, algún antídoto? Sí lo hay. Cristo también dijo: «Así que si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres» (Juan 8:36). Todos podemos ser libres de esas tendencias que nos llevan al mal, y que tienen consecuencias que tarde o temprano nos destruyen.

Si permitimos que Jesucristo, el Hijo de Dios, sea el Señor absoluto de nuestra vida, viviremos por encima de esas infracciones a las leyes morales de Dios. El resultado será una vida de paz, de armonía y de plena libertad. Pongámoslo a prueba. Hagamos de Cristo nuestro Señor. Así disfrutaremos de verdadera libertad.

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