La tarea era muy fácil y la tentación muy grande. No tenía que hacer más que agregar tres ceros a la cifra 30, y el cheque de treinta dólares, por arte de magia, se convertiría en uno de treinta mil. Y Lanna Reynosa lo hizo.
Así comenzó esta mujer a sacar dinero de la cuenta de una anciana ciega de ochenta y seis años de edad que estaba a su cuidado. Cuando vació toda la cuenta de ciento dieciocho mil dólares, fue descubierta. El detective investigador del caso opinó: «Es el crimen perfecto de oportunidad.»
Hay viejos refranes que reflejan esta manera de proceder. «La ocasión hace al ladrón» es uno de ellos. Otro dice: «Puerta abierta, al santo en ladrón convierte.» Así pasó con esta mujer. Vio como algo fácil el adulterar cheques de la anciana y sacarle dinero, lo cual gastó en viajes a Hawaii y en pagos de su nueva casa. Ahora no podría viajar más a Hawaii, y su casa sería la cárcel hasta quedar en libertad.
Otro refrán popular dice: «El diablo hace las ollas, pero no las tapas.» Llámesele a esa inclinación lo que se quiera, lo cierto es que el diablo prepara ocasiones de delito y empuja a la gente a cometerlos. Pero no permite por mucho tiempo el encubrimiento. Siempre pasa algo, y los crímenes se descubren, y el culpable, cuando se ve con esposas, sólo atina a decir: «Me tentó el diablo.»
La Biblia dice que el que nos tienta no es ni Dios ni el diablo. Dice, más bien, que «cada uno es tentado cuando sus propios malos deseos lo arrastran y seducen» (Santiago 1:14).
Hay tanta gente en este mundo propensa al delito que el diablo no tiene que molestarse en tentar particularmente a nadie. Cada uno de nosotros es tentado por sí mismo. Todos los crímenes, grandes y chicos, nacen del corazón egoísta y pervertido, que sólo busca hacer el mal.
¿Cómo evitar la tentación que conduce al crimen? Es el problema que preocupa a religiosos, a moralistas, a psicólogos, a filósofos y a cuanta persona tiene conciencia moral.
Lo que necesitamos para vencer la proclividad natural al mal es una fuerza interior que sea más fuerte que la proclividad. Y esa fuerza interior existe. Es el Espíritu de Dios a disposición del hombre. Dios está dispuesto a darnos su Espíritu si lo deseamos y si se lo pedimos. Para eso vino Cristo al mundo. Para eso ofreció su vida en la cruz. Para eso resucitó triunfante. Y para eso vive.
Cristo nos da la inspiración y la fuerza para evitar el pecado.


