28 nov 2006

Once esposas y ochenta hijos

por el Hermano Pablo

Rashid Ben Mansour Al Nakabi se sentó a comer su almuerzo. Tenía ante sí un platillo con pan y dátiles, y al lado del platillo, un vaso de agua cristalina y otro de leche pura. Venía repitiendo este frugal almuerzo desde más o menos ciento veinte años atrás.

Rashid Ben Mansour Al Nakabi, emir de los Emiratos Árabes Unidos, terminó su almuerzo, se pasó una servilleta por la boca, estiró los pies, giró la cabeza a un lado y quedó muerto. Había vivido ciento treinta años exactos.

Como un patriarca bíblico, Rashid vivió frugalmente, conoció una larga vida, se casó once veces y engendró ochenta hijos e hijas. Sus nietos, biznietos y tataranietos son innumerables, y la fortuna que dejó, para repartir entre todos, incalculable.

¡Qué diferentes suelen ser las vidas de los hombres! Hay quienes tienen una vida efímera, de pocas décadas o lustros, y además de breve y desabrida, pobre, sin hijos y sin satisfacciones. Y hay otros que llevan una vida larga, opulenta, de poderío y riqueza. Tienen muchas mujeres y engendran muchos hijos.

Hay quienes nacen en la mendicidad y mueren como nacieron, heridos por la anemia y fatigados por la tisis. Y hay quienes nacen en la riqueza y mueren de viejos, cargados de años, de grasas, de dinero y de comodidades.

Hay quienes viven y mueren en la oscuridad, como si en vez de hombres fueran escarabajos. Y hay quienes nacen y viven y mueren rodeados del esplendor de la fama y la gloria de la riqueza. Hay quienes viven en los desiertos, y hay quienes viven en las estepas, en las islas paradisíacas del Pacífico y en el hacinamiento de las ciudades.

No obstante, se viva de esta manera o se viva de aquella otra, para todos llega el momento fatal. A todos se nos ha señalado el día y la hora en que la vida terrenal cesa y pasamos a la eternidad. Porque la Biblia es clara cuando dice que «está establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y después venga el juicio» (Hebreos 9:27).

Para ese día inevitable necesitamos un Salvador, y ese Salvador es Cristo. Pero no lo necesitamos sólo para ese día. Lo necesitamos para hoy, para esta hora, para este momento y para siempre. Cristo está ahora a nuestro lado. Abrámosle nuestro corazón a Él y recibámoslo como Señor y Salvador.

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