Después de casi dos años de vuelo, el Pioneer 10, artefacto espacial lanzado desde Cabo Cañaveral en los Estados Unidos, alcanzó la zona del planeta Júpiter, después de viajar varios millones de kilómetros. Tomó fotos de la superficie del planeta y su famosa mancha roja lo más cerca que jamás podrá alcanzar el hombre y, después de rebasar la zona magnética, sin destruirse, siguió viaje.
Este viaje del Pionner 10, máquina construida por el hombre que llegó a volar a una velocidad de 82 mil kilómetros por hora, ha de continuar rumbo a las estrellas. En teoría, al menos, el Pionner nunca será destruido, nunca dejará de volar, y nada podrá afectarlo ni detenerlo, hasta que llegue adonde el tiempo no existe, es decir, hasta que llegue a la eternidad.
Mientras tanto, sobre la tierra la humanidad ha de continuar su marcha. Pero la marcha de la humanidad sobre la tierra, que con su ciencia fue capaz de crear los vuelos espaciales, no será ni tan plácida, ni tan firme ni tan segura como la del Pioneer 10.
En la marcha de la humanidad hasta la eternidad, habrá todavía dolores y tragedias, guerras, hambres, pestes y terremotos. Los demonios atacarán a los seres humanos, el odio y la violencia se harán todavía más virulentos y una Gran Tribulación, que vendrá sobre el mundo entero, predicha por la Biblia, será el postrer y mayor problema que sufra esta raza humana que se apartó de Dios, su Señor, Creador y Salvador.
Las obras del hombre serán así más duraderas que el hombre mismo. Los logros y las conquistas de su ciencia tendrán un destino más feliz. Cuando la humanidad comparezca ante el Juicio de Cristo, el Pioneer seguirá impasible su vuelo eterno.
Es que la humanidad entera, por su pecado voluntario, está bajo juicio de condenación, y ese Juicio Final es tan seguro como Dios mismo. Cristo nos ofrece la salvación del pecado y la vida eterna. Antes que llegue ese juicio, reconciliémonos con Dios, mediante la fe en la sangre derramada de Cristo.