8 jun 2006

Dios siempre será Dios

por el Hermano Pablo

Era necesario actuar rápidamente. No se podía perder ni un segundo. Grady Freeman, policía patrullero de Savannah, estado de Georgia, yacía en tierra moribundo. Un pistolero le había disparado dos veces a quemarropa. El policía tenía una bala alojada en el cerebro y la otra en el cuello.

Llegaron ambulancias, enfermeros, médicos, auxiliares, y bastantes aparatos e instrumentos, y comenzaron el tratamiento de emergencia. En constante comunicación telefónica con el hospital y actuando con el profesionalismo de su ocupación, le dieron los primeros auxilios al enfermo. Luego un helicóptero lo llevó al Hospital de la Universidad de Nueva York.

Treinta días después, Grady Freeman estaba otra vez en servicio.

Este fue un caso en el que se actuó con rapidez. Y rápidamente actuaron también ambulancias, enfermeros, médicos, aparatos y helicópteros. Pero más rápido aún, y antes de perder el conocimiento, Grady se encomendó a Dios. «Señor —pidió—, no permitas que muera de esta manera.» Esa oración golpeó las puertas del cielo, y con la misma prontitud recibió la respuesta.

¡Cuántos hay que desdeñan la oración! Son individuos materialistas que piensan que el doblar las rodillas para pedirle algún favor a Dios es señal de debilidad. A veces son inteligentes y de alto nivel académico, profesionales de éxito y de grandes negocios, algunos de ellos artistas, profesores o científicos.

Nacidos, criados y educados en una sociedad cientificista y utilitaria, nunca toman en cuenta a Dios. Pueda que tengan alguna vaga noción de algún Ser superior, y pueda que de vez en cuando pidan su ayuda, pero no guardan una comunión diaria con Él, y lo último que se les ocurre es doblar las rodillas en oración, a menos que alguna calamidad súbita, brutal e inesperada les destruya gran parte de la vida.

El apóstol Pablo, hablando del griego intelectual, dice: «A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón. Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron necios» (Romanos 1:21,22).

Nunca tengamos miedo de reconocer la mano de Dios en los favores de esta vida. Pedir su ayuda es reconocer su soberanía. Y darle gracias en todo es confesar nuestra humanidad. Él es y siempre será Dios. Reconozcámoslo de una vez por todas.

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