5 ene 2006

La locura de querer vivir a lo grande

por el Hermano Pablo

Tenía veintitrés años de edad recién cumplidos. Era rubia, bonita y gastadora. En sólo dos años gastó un millón cuatrocientos mil dólares. ¿En qué? En un Mercedes Benz, un Porsche, un Saab, un jeep Cherokee, y un Mercedes último modelo para su novio. Aquella mujer, de nombre Priscila Sutton, vivía en Rancho Cucamonga, California.

Compraba vestidos de mil doscientos dólares. Pagaba un apartamento que le costaba miles de dólares al mes. Y gastaba decenas de miles al mes en fiestas y paseos. Todo ese dinero, un millón cuatrocientos mil dólares, se lo dio por partes su madre, quien lo desfalcaba de una casa de comercio donde trabajaba como administradora. Un juez condenó a la madre a cinco años de prisión por desfalco, y a Priscila a dos años por usar propiedad robada. Así se acabó para ambas aquel rumboso estilo de vida.

A todo el mundo le gusta gastar, y todo el mundo tiene más o menos derecho a ello. Todo el mundo también, si trabaja ardua y honestamente y gana lo suficiente, tiene derecho a ciertas comodidades. Pero que una muchacha de veintitrés años, que no es más que una empleada de un restaurante, gaste un millón cuatrocientos mil dólares en un par de años, y eso sólo en vanidades y extravagancias, ya no es derecho sino locura.

Para algunos, la posesión de «cosas» es el único propósito de su vida. Viven para las cosas, y compran cosas cada vez más caras. Tienen psicosis de compra. Si no compran de continuo, no soportan vivir.

No hay nada que destruya más rápido la moral y la conciencia, como también la hacienda, que el poco ganar y el mucho gastar. Para satisfacer las extravagancias de su hija, Betty Jo Sutton, la madre, tuvo que robar.

La Biblia, el mayor compendio de sabiduría que hay en el mundo, dice: «Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las riquezas nunca tiene suficiente» (Eclesiastés 5:10).

Hoy en día se vive la locura del dólar, del oro, del diamante, de poseerlo todo. Es una locura que sume las almas de hombres y mujeres en una vorágine de apetitos innobles y codicias malsanas. Ante el signo del dólar capitulan millones de personas.

Sólo Jesucristo nos libra de esta locura. Sólo Cristo nos da la sobriedad y la cordura para vivir honesta, limpia y justamente. Y sólo Cristo llena el vacío que es la causa de ese enloquecimiento.

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