Se realizaba en Venecia un festival de arte. Cada pintor exhibía sus obras, con las que se proponía representar la realidad de nuestro mundo moderno. Había toda clase de cuadros: unos, grandes; otros, chicos; algunos, obras maestras del genio; otros, no tanto.
El pintor italiano Gino de Dominicis también expuso su obra. En una pequeña habitación pintada enteramente de blanco puso a un joven retrasado mental sentado en una silla. El joven estaba medio ciego, medio sordo y medio mudo. El pintor le colgó al cuello un cartel que decía: «Esta es la solución universal.»
En la exposición de arte estalló una protesta. Muchos acusaron al pintor de crueldad e insulto a los impedidos. Pero el tribunal falló diciendo que no era posible probar que el pintor hubiera sacado al muchacho de su casa con engaño, y absolvió de culpa y cargo al pintor.
No obstante, ¿cuál habrá sido la verdadera intención del pintor? Simplemente decir que para poder soportar la presente situación del mundo hay que ser sordo, ciego y mudo, y tener la conciencia aletargada y dormida.
No era la primera vez que se dijera esto, ni se trataba del primer artista que presentara esta solución. La verdad es que el diablo está diciendo desde hace siglos que hay que cerrar los ojos a Dios y abrirlos a los placeres si se quiere soportar la carga de la vida. Pero es una solución engañosa. No es adormeciendo la conciencia y aletargando el corazón que hallaremos el escape que buscamos.
Por el contrario, debemos abrir bien los ojos, sensibilizar bien el alma y agudizar bien el sentido moral de nuestra conciencia para poder escapar a los juicios divinos que se aproximan. Darse al alcohol o a las drogas, o dejarse dominar de pensamientos fatalistas y escépticos, no es ninguna solución. Simplemente es esconder la cabeza en la arena para no ver al enemigo.
La solución está en reconocer cabalmente nuestra enfermedad espiritual —la falta de fe en Dios y de temor de Él— y aceptar inmediatamente la medicina: Cristo y su evangelio de gracia. La Biblia nos exhorta a que nos unjamos los ojos y abramos los oídos, para que veamos y escuchemos. Esa es la solución que propone Dios.


