Sheila Simon, de cuarenta y cuatro años de edad, encendió el motor de su auto y salió una vez más hacia su trabajo. Todas las mañanas hacía lo mismo, y la ruta la llevaba siempre frente al mismo hotel. Pero esa mañana sucedió algo muy extraño.
Cuando pasaba frente al hotel, Sheila sintió algo como una explosión: una explosión dentro de su cabeza. En seguida sintió un terrible dolor, y algo duro y grueso en su garganta.
Instintivamente, Sheila tragó. Después, en medio de dolores, mareos y náuseas, condujo el auto a un hospital.
Una bala la había penetrado por detrás de una oreja, se había introducido en su garganta, y ella la había tragado. «Es un milagro que esta mujer esté viva», testificó el doctor Kent Wilson.
No puede ser menos que un milagro recibir una bala en la cabeza, y que esa bala perfore el hueso, atraviese una amígdala, caiga en la garganta, sea tragada y termine su viaje en el estómago de la víctima. Tampoco puede ser menos que un milagro que esa misma mujer pueda, después de semejante accidente, manejar tres kilómetros y tener todavía fuerza suficiente para estacionar su auto, bajarse de él, andar hasta la sala de emergencia y pedir ayuda médica.
La misma Sheila Simon afirmó que la sostuvo su fe en Dios. Dijo que durante toda esa odisea repitió vez tras vez esta oración: «Señor, no permitas que me desangre hasta morir.» Lo demás que ocurrió después de llegar a la sala de emergencia —la transfusión de sangre, la suturación de las heridas y la extracción de la bala de su estómago— es parte de la historia médica. Pero el milagro se debió a una sola cosa: su fe en Cristo.
Las personas que cultivan una vida espiritual mediante la oración y la meditación continua en la Palabra de Dios tienen un ánimo muy especial en los momentos críticos de la vida. La fe cristiana, la seguridad de que todo va a salir bien, provee fuerza para los tiempos de angustia.
Mucha gente que cuida celosamente su vida económica, o cuida con esmero su salud física, pero desatiende la salud moral y espiritual, no sabe que al no estar bien con Dios tampoco puede estar bien con esta vida. Hagamos de Cristo nuestro Amigo permanente. Así estaremos siempre preparados para cualquier emergencia.


