29 oct 2005

«No es el primer desacierto de mi vida»

por el Hermano Pablo

Levantó la pistola, cerró un ojo y apuntó. Pensó que no podría fallar. Y Nancy Haynes, de cuarenta y dos años de edad, apretó el gatillo. La bala, pensó ella, traspasaría el corazón de su infiel marido, Robert Haynes, de cincuenta y cinco años, y terminaría el dolor que él le estaba causando. Pero ya fuera por los nervios de la mujer, o la emoción del momento, o la fatalidad insensible que no discrimina, la bala, en lugar de dar en el corazón del marido, dio en la cabeza de su hijita Robin.

Casi paralizada, con el brazo caído y sosteniendo todavía el arma, se escuchó en el suspiro de la madre: «No es el primer desacierto de mi vida.»

Era una familia rica que vivía en un barrio elegante. Pero a pesar de su dinero, sus logros intelectuales y su posición social, no llevaban una vida feliz. Nancy había usado drogas desde sus días de colegio. Su esposo vivía con el vaso de licor al alcance de la mano. Las discusiones y reyertas eran continuas. El odio había desplazado al amor. De ahí el incidente que terminó en la muerte de la hijita Robin.

La declaración de la mujer: «No es el primer desacierto de mi vida», revela toda una serie de desaciertos. Uno era la vida de libertinaje que desde sus días de universidad Nancy se había permitido. Otro era el consumo de drogas que la tenían aprisionada.

Otros desaciertos eran la inmoralidad sexual y el matrimonio forzado. Y todo esto era el resultado de haber echado por la borda lo más importante de la vida: el temor de Dios. Tenía razón la mujer. La muerte de su hijita no fue su primer desacierto. Fue el último en una larga serie de graves errores que estropearon su vida y terminaron destruyendo su hogar.

Ahora bien —y es triste tener que reconocerlo—, estos desaciertos los cometen infinidad de personas. Y triste también es el hecho de que por lo general no queremos reconocer que los desatinos de la vida vienen porque hemos abandonado todo temor de Dios. Cuando no tenemos temor de Dios, cuando no respetamos sus leyes morales, cuando no lo tenemos en cuenta en los asuntos de nuestra vida, los fracasos y los desaciertos resultan como consecuencia ineludible.

¿Por qué no volvemos a Dios? Abramos los ojos y aprendamos de nuestros fracasos. Cuando no tememos a Dios, toda la vida es un gran desacierto. En cambio, cuando Él es nuestro Señor, la vida es toda una gran victoria.

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