¡Nadie sabe qué sufrimiento, qué agonía, qué dolor está embargando el corazón del que sufre en silencio!
Las sombras de dolor se fueron acumulando sobre Raquel Holloway. El cielo se le había venido encima. La persona en quien ella más confiaba, su propio esposo, acababa de anunciarle que él tenía otro amor. A Raquel no le quedaba razón para vivir.
Cerca de ella tenía dos objetos: un revólver y un teléfono. Sin saber cómo cayó en sus manos una tarjeta con el número de teléfono para llamar cuando se está deprimido, Raquel llamó al número. Pero en lugar de escuchar una voz en vivo —cálida, íntima, amiga—, escuchó una desabrida voz grabada en una cinta. Su depresión se le hizo más profunda, y ahí mismo la pobre muchacha, de veintisiete años de edad, se suicidó.
Todos, especialmente en ciertas circunstancias de la vida, necesitamos el cálido acento personal de una voz amiga, el toque amoroso de una mano que prodiga afecto. Las palabras en una cinta grabada pueden ser muy bonitas, pero por bien preparadas que estén, en situaciones como la de Raquel, son frías, impersonales, mecánicas y sin vida.
¿Podrá conformarse una esposa con una palabra grabada que le deje el esposo mientras él está de parranda? ¿Podrá estar contenta una madre con la voz grabada —fría y mecánica— de un hijo que nunca la visita?
El amor mecánico no es amor. Todos deseamos un amor que sea personal, cercano, palpable, tangible, íntimo. Las manos, los brazos, los labios, tienen una función importante en la expresión de amor.
Cristo sabe amar porque Él fue odiado. Él conoce la importancia del reconocimiento porque fue despreciado. Él comprende el valor del cariño porque fue menospreciado. Nadie que se acerca a Cristo con un corazón quebrantado encontrará jamás en Él indiferencia. Al contrario, como Él sabe lo que es el dolor, se compadece del que sufre.
Cristo es muy personal, sensible y asequible. Él no es una cinta grabada sino un Amigo que desea vivir dentro de nosotros. No hay, ni puede haber, otro como el Señor Jesucristo. Confiémosle nuestro problema. Entreguémosle nuestra angustia. Abrámosle nuestro corazón. Él será nuestro mejor amigo.


