Ocurrió en una aldea pequeña del estado de Georgia en los Estados Unidos. Carl Husey, un hombre de setenta y siete años de edad, le daba de palos a su cabra de sesenta kilos de peso. Al principio lo hacía por juego. Posteriormente le pegaba porque quería hacerla brava como perro guardián. Y de allí pasó a pegarle para desahogar su impaciencia.
Pero un día la cabra reaccionó violentamente. Lanzó todo su peso contra el anciano y le hundió los cuernos en el vientre. A Carl Husey lo encontraron muerto, recostado sobre un poste del balcón de su casa, con dos agujeros rojizos en el cuerpo y con la cabra dando balidos a su lado.
Uno nunca sabe qué forma tomará una reacción. Se puede aguantar por algún tiempo y con paciencia una molestia injusta, pero al fin hay una explosión que, como dinamita, destruye todo lo que tiene a su alrededor.
El anciano Husey nunca imaginó, cuando empezó a golpear a su cabra, que el animal sería el causante de su muerte. Nunca pensó que su paciente cabra, que respondía a sus golpes con balidos lastimeros, un día, llena de furia y cansada de aguantar, lo atacaría para mandarlo al otro mundo.
¿Cuánto tiempo puede sufrir con paciencia y resignación una esposa dulce y buena las injusticias y los abusos de su marido? Quizá más al caso sería la pregunta: ¿Cuánto tiempo debe sufrir la esposa los abusos y los improperios de su marido?
Sin entrar a toda la razón que tiene una mujer de explotar ante los abusos de su marido, reconozcamos lo bajo, lo sucio, lo despreciable, lo indigno, lo repugnante, lo vergonzoso que es reducir a la esposa al nivel de una esclava, y luego, por la razón que sea, golpearla física o emocionalmente, siendo que es la mujer a quien un día le hizo votos de amor, de fidelidad, de compañerismo y de devoción hasta que la muerte los separara.
Ningún hombre tiene el derecho de golpear a su compañera por la razón que sea, ni con el pétalo de una rosa. Mientras el hombre no le dé a su esposa el cariño, el amor, el cuidado y el reconocimiento que ella se merece, él no está asumiendo su lugar de esposo digno y maduro y responsable.
Amemos a la mujer de nuestra juventud. Démosle el cariño que ella tanto necesita. No hay otra persona en todo el mundo que pueda sanar el corazón herido de nuestra esposa. Sólo nosotros los esposos podemos hacer eso.


