26 nov 2005

La mano de piedra

por el Hermano Pablo

Las manos del artista corrieron hábilmente sobre el teclado, y la música inmortal de Federico Chopin llenó la sala de conciertos con sus exquisitas armonías. El pianista siguió tocando pieza tras pieza, y el público que llenaba la sala de Varsovia siguió aplaudiendo. Pero al final del concierto, Félix Nesjeski, joven pianista de veinticuatro años de edad, sintió un extraño entumecimiento en la mano derecha.

Aquel joven polaco ya era considerado un genio a los once años de edad. Evocaba el arte de Chopin, Paderewski y Mozart con una destreza magistral. Pero de repente los dedos de su mano derecha empezaron a sentirse como dormidos, y en menos de dos meses la mano le quedó completamente tiesa, como si fuera de piedra. Era una enfermedad que los médicos de Polonia, Alemania y Rusia no se podían explicar.

Con todo, Nesjeski no se amargó. En su optimismo dijo: «Si bien no puedo tocar más mi música favorita, puedo enseñarla.»

Es terrible cuando se derrumban los sueños, cuando se destruye la empresa de toda una vida, cuando se descubre una enfermedad incurable, o cuando sale a luz una infidelidad matrimonial que ha estado oculta varios años. Todos estos son golpes demoledores de la vida que presagian el fin de toda paz, de toda esperanza, de toda razón de vivir.

Sin embargo, cuando todo lo que hemos amado y deseado en la vida se hunde en naufragio total, siempre queda Dios. Cuando todo en la vida falla, Dios nunca falla.

Félix Nesjeski, tras algún tiempo de desesperación, supo reponerse. Si un camino se le cerraba, otro se le abría con promisorias esperanzas. Es que cuando se tiene fe en Dios, ninguna derrota es total, ninguna pérdida es definitiva, ningún naufragio es irreparable.

Jesucristo dijo: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mateo 11:28). Si hoy toda nuestra vida está en ruinas, esa no tiene que ser nuestra condición definitiva. Cristo tiene la compasión y el poder necesarios para levantarnos de esa desesperación. Él puede tomar todos los escombros de nuestra vida, levantar esos escombros en sus manos benditas y hacer renacer de ellos una vida nueva. Pongamos nuestra confianza en Cristo.

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