Era un ruido nocturno, persistente, molesto: uno de esos ruidos que no son tan fuertes como para que se distingan, ni tan bajos como para que se ignoren. Era como el zumbido de abejas o el rumiar de vacas. Con todo, para el insomnio de Estela Harmon era un tormento.
La mujer, de veinticuatro años de edad, se levantó en la noche. Buscó por todas partes la fuente del ruido y la encontró. Era el monitor que mantenía respirando a su pequeña hija Kayla, de dieciocho meses de edad. La mujer no vaciló. Desconectó el aparato y regresó a su cama. A la mañana siguiente la chiquita estaba muerta. A su madre la condenaron a quince años de prisión.
Cuando uno padece insomnio, cualquier ruido se convierte en tortura, ya sea un grifo que gotea, una puerta que se golpea con el viento, o un grillo que canta su canción. Pero si el ruido lo produce un aparato que mantiene respirando a una criatura, hay que soportarlo. De él depende una vida. Lo que le pasó a Estela Harmon es que tenía más amor y más interés por ella misma que por su hija.
¿Qué clase de tormento se puede soportar por un ser querido? Depende del corazón. Algunos padres no soportan ni la menor pena o contrariedad que le provoquen los hijos. Otros tienen un corazón enorme que los lleva al mayor sacrificio, si con eso alivian el dolor o salvan la vida del hijo al que aman.
¡Qué extraño es el corazón del hombre! Es capaz del heroísmo más sublime y de la perversidad más depravada. Bien decía Aristóteles que el hombre es un ser a mitad de camino entre la bestia primitiva y Dios.
Sin embargo, no hay necesidad de ser duro de corazón. Es posible ser altruista, generoso, servicial. Es posible vivir por encima del nivel de la bestia, que se defiende con garras, uñas y dientes. Es posible, en síntesis, vivir como ser humano sano y normal.
Esto se logra cuando nos encontramos con Cristo, lo aceptamos como Salvador, Señor y amigo, y comenzamos a seguirlo a Él cada día de la vida. Andando con Cristo aprendemos a dejar a un lado nuestro egoísmo, y aprendemos a vivir conforme a su elevada norma de conducta. Cristo cambia, regenera y eleva al ser humano al nivel de ángel.


