7 nov 2005

«Trescientos kilos de maldad»

por el Hermano Pablo

Nacieron juntos y crecieron juntos, desmedidamente. A los doce años de edad, ya pesaban ochenta kilos cada uno. A los veinte, alcanzaron los cien. A los treinta, los mellizos Pat y Pete Bondurant pesaban ciento cincuenta kilos cada uno. Pat y Pete trabajaban conduciendo grandes camiones de carga, único trabajo que les venía bien. Eran bebedores de cerveza y amigos de la riña y de las peleas.

Un día cometieron un crimen nefando. Violaron y mataron a una muchacha. Las autoridades los arrestaron, los procesaron y los condenaron a prisión. La gente, haciendo uso de su ingenio, hizo este comentario: «Esos mellizos nunca tramaron nada bueno. Los dos suman trescientos kilos de maldad.»

Sin embargo, ¿acaso tenía algo que ver el volumen del cuerpo con el volumen del crimen? Seguro que no. Una persona puede ser muy grande y a la vez muy mansa. Así mismo, una persona pequeña puede estar sobrecargada de maldad. El alma de una persona grande, por otra parte, puede ser muy pequeña, así como el alma de una persona pequeña puede ser muy grande.

El tamaño del cuerpo, o el color de la piel o del pelo, o la posición social, no tienen nada que ver con los sentimientos del alma ni con la sensibilidad de la conciencia. Esos elementos pertenecen al orden espiritual, no al orden físico.

¿Qué es, entonces, lo que empuja a una persona a ser mala? Los pensamientos de su mente, las disposiciones de su corazón. Y ¿qué es lo que hace que una persona sea buena? Es exactamente lo mismo: los pensamientos de su mente, las disposiciones de su corazón.

Surge la pregunta: ¿Cómo se controlan tales pensamientos de la mente y sentimientos del alma? Eso lo determina el que domina a la persona. Si está dirigida sólo por el espíritu humano, siempre será imperfecta. En cambio, si está dirigida por el espíritu de Cristo, será una persona de paz: digna, sana y justa.

Cuando Jesucristo es nuestro Señor y dueño, y cuando nosotros nos sometemos totalmente a su señorío, ocurre algo maravilloso. Es la transformación que la Biblia llama «el nuevo nacimiento». Esa nueva vida puede ser nuestra. Cristo quiere dárnosla. Sólo tenemos que rendirnos a su señorío. ¿Por qué no lo hacemos hoy mismo?

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