Era una máscara, una máscara de hierro. La forjó un herrero y la armó un soldador. Era una máscara que, al igual que la de la famosa novela francesa, homónima, cubriría la faz de un hombre.
La pusieron los parientes y familiares de una joven de diecinueve años en la cabeza y sobre el rostro de Rino Calarco, hombre de Tiranno, Italia, en 1963. ¿La razón? Calarco había violado a la señorita, y en represalia, le impusieron ese suplicio. Podía ver, respirar y comer, pero la máscara, que no podía quitársela él mismo, lo sumió en un ostracismo de veintisiete años en las remotas montañas de Italia. Era un castigo como para no ser olvidado jamás.
Ese hombre no es el único que lleva una máscara sobre el rostro. Hay muchos que la tienen puesta. No es una máscara de hierro, ni les impide llevar una vida social entre los demás. No es repulsiva a la vista y no inspira temor, pero de todos modos es una máscara.
Se trata de la máscara que oculta los motivos más profundos de quien la usa y pone así una tapa hermética sobre el alma. Y al igual que la máscara de hierro, esconde detrás de palabras y acciones fingidas la verdadera persona que está dentro. Es la máscara de la hipocresía.
Los fariseos en los tiempos de Jesucristo eran maestros en el uso de esta clase de máscaras. Mostraban al mundo exterior una faz muy piadosa, espiritual y religiosa. Tenían una apariencia de justicia, de rectitud y de bien. Se hacían pasar por los mejores elementos de la sociedad, pero su apariencia exterior no era más que máscara.
Un día el Señor Jesús, que conocía sus pensamientos, los expuso públicamente. Les dirigió palabras que no podían contrarrestar. «¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Limpian el exterior del vaso y del plato, pero por dentro están llenos de robo y de desenfreno.... son como sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermosos pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre» (Mateo 23:25,27).
Nadie que se esconde tras una máscara, sea la que sea, puede tener paz. Pidamos de Jesucristo un alma limpia, una conciencia recta. Él quiere darnos un corazón transparente, absolutamente puro. El día en que eso ocurra será nuestro día de completa libertad.