El chico se lanzó al agua como si nada. Le habían puesto como meta nadar 800 metros. Aunque el agua estaba fría y él no tenía más que nueve años de edad, como era un festival benéfico, Stuart Myers, de Marske, Inglaterra, se zambulló resueltamente. Nadó limpia y nítidamente los 800 metros.
Lo asombroso del caso, lo que hace de esto noticia, es que Stuart no tenía brazos. Nació sin ellos. No podía abrazar a nadie, no podía agitar una bandera, no podía hacer ejercicios en una barra. Pero aprendió a nadar desde los dos años de edad, y como dijo su madre: «Con fe en Dios, y confianza en sí mismo, logra superar su impedimento.»
Todos los años se realizan en Europa y América competencias entre deportistas que carecen de piernas o brazos, o son ciegos o están paralizados o tienen algún otro problema físico. Para ellos las desventajas físicas no son impedimento. Triunfan en la vida como quiera.
Si bien un cuerpo entero y sano es una bendición, la condición del cuerpo no es el todo en la vida. Tenga o no una persona un cuerpo perfecto, hay otros factores que hacen que la vida sea viable en toda su gloria.
La esencia de la personalidad humana está en el alma y no en el cuerpo. El alma está formada de sentimientos y emociones, y son esas facultades volitivas y emocionales las que nos dan fuerza. Si el alma es sana, la persona será completa, aunque la apariencia física indique lo contrario.
¿Puede una persona que está físicamente impedida tener victoria en la vida? Sí, pero es esencial que ponga en práctica tres principios:
Primero, hacer lo que puede hacer. Siempre hay algo que puede contribuir.
Segundo, buscar a personas a quienes pueda ayudar. Siempre hay alguien necesitado de lo que puede contribuir.
Tercero, pedir de Dios, diariamente, la fe y la fuerza, a veces sobrehumana, para mantener viva su ayuda al necesitado. La verdadera satisfacción no viene de lo que se recibe sino de lo que se da.
Si nos encontramos en esta condición, nuestro triunfo consistirá en levantar el ánimo de quien está más necesitado que nosotros. Las palabras del Maestro lo dicen todo: «Den, y se les dará» (Lucas 6:38).


