El joven, de veintiún años de edad, abrió la lata de cerveza y bebió de ella. Después, despreocupado, le dio marcha atrás a su auto. Al retroceder, golpeó la cerca de la casa, y sin hacer caso a lo ocurrido, siguió por la calle.
En la vereda, contra la cerca que había golpeado, quedaron seis personas atropelladas. Una de ellas era la madre del joven, la cual se encontraba malherida. Los otros cinco eran niños. Dos de ellos quedaron heridos y los otros tres murieron. Pero a él, Servando Navarro, residente en Los Ángeles, California, los muertos y los heridos no le importaron nada. Le importaban su cerveza y su auto, y nada más. Las autoridades lo arrestaron y lo acusaron de homicidio en primer grado.
Este caso revela una vez más el cinismo y la insensibilidad que cunde en nuestros días. Para ese joven no tenía trascendencia manejar embriagado, atropellar a su propia madre junto con los cinco niños que ella llevaba a la escuela, y dejarlos muertos o malheridos.
¿Los muertos? Que los lleven a la morgue. ¿Los heridos? Que los transporte la ambulancia. ¿Los parientes que quedan desolados y espantados? Que se consuelen entre sí. ¿Los testigos que presenciaron toda la escena horrorizados? Que hagan de cuenta que vieron otro programa de televisión. Lo cierto es que en un mundo donde todos los valores se han confundido, el precio de la vida humana es cada vez menor.
Cuando Caín mató a su hermano Abel a comienzos de la historia humana, exclamó: «¡Este castigo es más de lo que puedo soportar! (Génesis 4:13). Por lo menos Caín tenía algo de conciencia, pero los caínes de la actualidad parecen haber perdido hasta el último vestigio de honor.
Hay hombres que abandonan a la esposa envejecida o enferma para buscar una más joven y más bella. Así mismo hay mujeres que abandonan el hogar y los hijos para correr tras un hombre que las ha deslumbrado. Y hay hijos que lastiman el corazón del padre y de la madre sin darle la más mínima importancia. En todos estos casos el motivo es el mismo: el alma de Adán que llevamos adentro.
Sólo Jesucristo nos da un corazón recto, una mente sana y una conciencia tierna. Él restaura lo que la vida, con toda su influencia negativa, ha deformado. Entreguémosle nuestra vida, que quiere reconciliarnos con Él. Cristo es nuestra única esperanza de salvación.