9 sep 2004

Entre la comida y el hambre

por el Hermano Pablo

El plan parecía fácil: se quitaría la ropa, entraría por el tubo de ventilación y, una vez que estuviera en la cocina de la «Fonda Cantón», se hartaría de comida: comida china, sabrosa, caliente.

Pero Julius Perkins, de Chicago, no calculó bien el espacio del tubo y se quedó atascado allí. No podía bajar ni subir. Estuvo así diez horas soportando temperaturas bajo cero. Lo hallaron a la mañana siguiente, todavía con el estómago vacío y el corazón helado.

El hambre lo llevó a arriesgarse a entrar al restaurante por el techo, con la consecuencia de terminar atascado y congelado por el intenso frío de la noche: un final triste para un joven de sólo veintitrés años de edad.

Una vez terminado el examen del cadáver, se dio a conocer que tenía los pies medio tibios por el calor que recibió de la cocina, pero el corazón y el cerebro congelados. Por suerte adversa quedó a mitad del camino entre el calor y el hielo, entre la comida y el hambre, entre la vida y la muerte.

Así anda mucha gente por este mundo. Tienen energía vital y por sus venas corre sangre caliente. Poseen buena ropa y una buena casa, y reciben un buen salario. Sus relaciones sociales son de lo mejor. Aparentemente todo es bueno y cálido para ellos, pero el corazón lo tienen helado.

La persona que tiene el corazón frío carece de amor. Se ama demasiado a sí misma, y por eso tiene cálidos el cuerpo, el rostro y las manos, pero el corazón hecho un bloque de hielo. Logra hacer amistades, puede encontrar con quién casarse y también tener hijos, pero mientras se ame más que a nadie en el mundo, será fría y helada de corazón. El egoísmo produce ese efecto.

Esa clase de persona nunca es feliz del todo. Mientras satisface su ego, siente algo de felicidad, pero en el fondo no es feliz, y cuando terminan sus días, muere llena de amargura.

En cambio, la persona que tiene vida verdadera es la que muestra amor y compasión, y es dadivosa. Es la que ama a Dios, al prójimo y a los seres queridos. Su amor brota de un corazón cristiano, regenerado por la gracia de Dios, porque le ha rendido su vida a Cristo, y Él la ha bendecido con un corazón tierno.

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