3 sep 2004

«Nunca es tarde cuando la dicha es buena»

por el Hermano Pablo

Después de pensarlo bien, Artur Johnson de Askersund, Suecia, tuvo que enfrentar la realidad. De pie frente al espejo, y hablando consigo mismo, dijo: «Artur, estás enamorado. Y es la primera vez en tu vida. Tienes que hacer algo.»

Artur tomó la decisión y le declaró su amor a la mujer amada, Ingrid Engdal, de cincuenta y cinco años. Con la timidez y el rubor de todo buen enamorado, le pidió a Ingrid que se casara con él. Ella le dijo que sí, y a los quince días estaban jurándose amor eterno ante el ministro luterano.

Lo curioso del caso es que el novio tenía 101 años.

Este suceso trae a la memoria algunos refranes. Por ejemplo: «Nunca es tarde cuando la dicha es buena», «El amor es ciego», y «Cupido lanza sus flechas al azar, y al que le toca, le toca.» También nos recuerda una cita bíblica a la cual se refirió el anciano Artur cuando la prensa lo entrevistó. Él declaró: «Recién comprendo lo que Dios ha dicho en la Biblia: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada”» (Génesis 2:18).

Artur Johnson no sólo consiguió una novia, sino que también obtuvo una familia, pues Ingrid era viuda y tenía cuatro hijos. De repente el anciano de 101 años vio su casa llena de gente. Ahora tenía esposa e hijos, y pronto tendría yernos y nueras.

Dios creó primero al hombre, para que fuera su imagen viviente y el rey de la creación. Después le hizo la compañera adecuada, la mujer que le brinda la magia del amor y completa su felicidad y personalidad.

Luego le dio los hijos para formar la familia, que es el núcleo más notable e importante de la sociedad, cuando está constituida como Dios manda. Si ya hemos formado una familia, cuidémosla como el tesoro más grande. Invitemos al Hijo de Dios, Jesucristo, a ser el huésped invisible, el Señor verdadero, que enseña, aconseja y consuela. Amemos al cónyuge, y amemos también a los hijos. Hagamos del hogar un nido de amor, un trozo del cielo en la tierra. Los primeros bendecidos seremos nosotros mismos.

Cristo desea ser el rey de nuestro hogar. Quiere hacer de él un núcleo de bendición tal como lo quiso antes que la humanidad se corrompiera. Permitamos que reine en nuestra familia.

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