27 oct 2004

Cristo hace al hombre todo nuevo

por el Hermano Pablo

Cuando Albert Einstein estaba en la escuela primaria, era un niño insociable y, por lo que se dice, torpe mentalmente. Con el tiempo llegó a ser el hombre de ciencia más afamado del mundo. A Tomás Edison lo tildaron de estúpido, y siempre obtenía las peores calificaciones. Cuando llegó a hombre inventó, entre otras muchas cosas, el fonógrafo y la luz eléctrica. También perfeccionó el teléfono.

El padre de Augusto Rodin decía que tenía «a un idiota por hijo». Ese hijo llegó a ser uno de los más grandes escultores de Francia. Ricardo Wagner era indisciplinado en la escuela, no podía aprender latín y finalmente lo expulsaron. Posteriormente compuso obras maestras de la música que revolucionaron la ópera.

Henry Ford, Abraham Lincoln, Napoleón Bonaparte, Salvador Dalí y Edgar Allan Poe todos fueron escolares mediocres, y nadie jamás hubiera pensado que llegarían a la cima a la que llegaron. La verdad es que alcanzaron una descollante actuación en la vida, y llegaron a ser personajes de gran renombre en todo el mundo.

Nadie sabe las posibilidades ocultas que puede haber en un niño silencioso, inhibido, soñador o distraído. El muchacho menos prometedor puede resultar con el tiempo ser un gran personaje. Y el que parece que se va a llevar al mundo por delante con su inteligencia y su chispa, puede apagarse y desvanecerse en el ocaso.

Ahora bien, hay otra esfera en la que se manifiesta este mismo fenómeno. Un pecador, hundido en la abyección más grande, henchido de malas pasiones y pésimas herencias —un individuo violento, procaz, insociable y vengativo, que no tiene otro destino que la cárcel, el patíbulo y el infierno—, puede experimentar una transformación milagrosa. Cuando le cede a Cristo el control de su vida, Cristo lo lava de todos sus pecados con su sangre preciosa vertida en el Calvario, lo limpia y lo regenera con su Palabra de vida, lo purifica y lo santifica con su Espíritu divino. Aquel ser humano infame y despreciable, que ni a sí mismo se aceptaba, se transforma en templo del Espíritu de Dios y ciudadano del reino de los cielos.

Eso hace Cristo con todo el que se entrega a Él de todo corazón y le pide que lo salve.

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