Las puertas de la sala de emergencia se abrieron rápidamente y dejaron pasar la camilla. En ella estaba Enrique Espinosa, policía de Huelva, España, quien había recibido un tiro en la cabeza. El doctor Marcelino Arévalo, junto con otros dos cirujanos y cuatro enfermeras, atendieron al paciente.
Cuando finalizaron la cirugía, el doctor Arévalo declaró: «Algo así como un vapor blanquecino salió del cuerpo de Espinosa, y todas sus funciones vitales cesaron. Pero a los pocos minutos, el mismo vapor volvió a entrar en el cuerpo del hombre, y todos los aparatos clínicos registraron que había vuelto a la vida.»
Así que el doctor prosiguió con la tarea de extraer la bala de la cabeza de Espinosa, y la operación fue un éxito.
«No sé qué fue lo que sucedió, ni deseo entrar en cuestiones metafísicas —informó el médico cirujano—, pero para todos nosotros el alma de este hombre salió de él y luego volvió a entrar en él. Ahora Espinosa está sano.»
He aquí una noticia extraordinaria. Los médicos que atendieron a Enrique Espinosa no estaban contando fantasías. Después de la operación, comentaron que no tenían necesidad de mentir, ni creían haber sufrido una alucinación, y sin embargo por un caso rarísimo, casi único, vieron salir el alma de un hombre y luego entrar de nuevo en él.
La Biblia, que es la suprema autoridad en esta materia, trata sobre personas que sufrieron primero la salida del alma, es decir, que murieron, y que luego experimentaron la entrada del alma en su cuerpo. Los diferentes casos de resurrección que relata la Biblia son una confirmación de esto.
Una cosa es evidente. Tenemos en nosotros algo que no es de carne y hueso, ni de nervios y sangre, sino intangible, imponderable, inmensurable. Poseemos una entidad moral y consciente que mora dentro de nuestro cuerpo. Es el alma, y es esa alma la que debe ser redimida para gloria eterna.
Fue para limpiar y renovar el alma de todas las personas muertas en delitos y pecados que vino al mundo Jesucristo, el Hijo de Dios. Él mandó predicar el evangelio a toda criatura para dar la salvación eterna. Mediante su gracia bendita y su sacrificio en la cruz del Calvario, Cristo proveyó paz, gozo y tranquilidad de conciencia. Sólo Él tiene poder para regenerar, salvar y purificar. Entreguémosle nuestra alma.


