Gertrude Boden, una rubia hermosa de treinta años de edad, era dueña de un perro Yorkshire, un animal muy fino que era el encanto de su ama.
Un día el perro se perdió. Ella no sabía si se lo habían robado o si lo habían matado, o si el perro se había marchado por su cuenta.
Gertrude colocó avisos en los diarios ofreciendo dinero, hizo pasar cuñas por la radio y se comunicó con la agencia de animales perdidos, pero nada le dio resultado. Había pasado una semana, y el perro no aparecía. La señora estaba desesperada. Si no lograba encontrar al animal, ella estaba dispuesta a tomar alguna medida drástica, tal como divorciarse, o enloquecerse o suicidarse.
Como último recurso, la señora Gertrude puso un aviso en el periódico diciendo que a cualquier hombre que le devolviera su perro, ella le brindaría una noche completa de amor.
Por fin un bombero encontró el perro a diez kilómetros de la casa. Pero el hombre era muy decente y no aceptó la oferta de la señora. Se conformó con las gracias y una taza de café.
El amor por los animales es algo encomiable. Siendo el hombre un ser superior, refleja buenos sentimientos al amar a todos los inferiores. Pero por mucho que valga un perro, no será tanto como para que por él se venda la dignidad, la conciencia y el alma. No obstante, para la señora Gertrude Boden valía más el perro que la honra.
La honra es algo que cada día tiene menos valor. Ha llegado a ser una carga pesada, un lastre inútil que pocos quieren acarrear. Todos están dispuestos a conservarla siempre y cuando no afecte los intereses económicos o la vida de concupiscencia. Pero cuando la honra se convierte en una carga para la conciencia o en un impedimento para los placeres fáciles de la carne, resulta entonces mejor hacer caso omiso de ella. ¡Qué triste haber llegado a esos extremos!
Sin embargo, hay Alguien que le da valor a la honradez y que todavía cotiza más alto la decencia y la pureza moral que todo el dinero del mundo. Ese Alguien es Dios. Su Hijo Jesucristo pagó con su vida el precio de nuestra redención a fin de que obtengamos esa decencia humana y esa pureza moral. No rechacemos la pureza del alma que Él nos brinda.


