9 oct 2004

«De un paraíso artificial a un infierno real»

por el Hermano Pablo

Era una habitación costosa en un hotel de primera en San Francisco, California: doscientos treinta dólares por noche. Pero Jenny Morgan no dio la impresión de que le importara la suma. Puso el dinero en el mostrador, alquiló el cuarto y subió a su habitación.

Qué hizo en el lujoso cuarto, cómo y con quién pasó la noche, no se sabe. Los hoteles no averiguan esas cosas. Pero dos días de no salir de su cuarto y de no hacer llamadas telefónicas despertaron las sospechas de las autoridades.

Cuando hicieron las investigaciones, encontraron a Jenny tendida en la cama. Estaba viva, pero completamente paralizada desde el cuello para abajo.

¿Cuál había sido la causa? Una sola. Cocaína. La joven tenía sólo quince años, pero por aparentar más edad, le alquilaron la habitación. El comentario de Jenny, cuando con dificultad pudo hablar, fue: «He pasado de un paraíso artificial a un infierno real.»

La drogadicción es un drama a escala mundial. Vez tras vez, cuando abrimos el diario, o sintonizamos la radio o vemos noticias por televisión se nos presenta un caso de drogadicción. El polvo blanco, polvo de ángel, LSD, heroína, cocaína, marihuana y drogas semejantes a estas se consumen hoy como antes se consumían caramelos y chocolates.

¿Qué impulsa a los adolescentes al mundo de las drogas? ¿Qué fuerza los incita con tanta persistencia que los deja sin resistencia y sin fuerza de voluntad? ¿Será desilusión de la vida? ¿Será cinismo autodestructivo? ¿Será venganza contra los padres? ¿Será seducción de demonios? Ya no sabemos ni qué pensar.

¿Será que la humanidad ya está en un declive del que no se puede librar? ¿Será el final del mundo, el abismo sin fondo del que habla la Biblia? Cuando niños de seis y ocho años de edad, en vez de llevar a la escuela manzanas, llevan drogas entre sus útiles escolares para consumirlas en los recreos, pareciera no quedar ninguna esperanza para el género humano.

Pero si bien no es posible poner un dique a la ola mundial de drogadicción que está consumiendo a nuestra sociedad, sí es posible aislar nuestro hogar de ella.

¿Cuál será la solución para la persona y para la familia que quieren verse libre de esta avalancha consumidora? Hay una sola. Clamar a Cristo con toda el alma, y recibirlo como Señor y Salvador en el seno de nuestro corazón y de nuestro hogar. Esa es la única solución. Busquemos a Cristo hoy mismo.

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