«Que los tribunales se mantengan fuera de nuestro dormitorio», era un lema sonoro, agresivo, atrayente, combativo. Era fácil cantarlo y gritarlo ante los tribunales y, más que todo, ante las cámaras de televisión. Y miles se unieron para proclamarlo a voz en cuello.
Se trata del lema que creó Michael Hardwick, activista homosexual: «Que los tribunales se mantengan fuera de nuestro dormitorio.» Millares de homosexuales como él, y de lesbianas, convirtieron el lema en su grito de guerra, pidiendo que fuera derogada la ley contra la sodomía.
Era interesante ese grito de guerra. Interesante porque aunque puedan, quizá, lograr que leyes que condenan la homosexualidad sean derogadas, aunque logren que los tribunales se mantengan fuera del dormitorio, lo que no pueden mantener fuera del lecho pecaminoso es al SIDA. Michael Hardwick, el mismo que inspiró aquel grito de guerra, murió víctima de la terrible enfermedad.
Hoy está de moda protestar contra toda ley moral. La gente quiere libertad para vivir como se le antoja. Quiere que se favorezcan sus puntos de vista. Quiere hacer lo que quiere, y que nadie se meta en sus asuntos, y menos, que se dicten leyes contra sus predilecciones sexuales.
Pero si bien es posible mantener a las leyes, o a los tribunales, o a la Iglesia, o aun a Dios, fuera del dormitorio, hay varias cosas que no es posible eliminar del dormitorio.
En primer lugar, no es posible eliminar el contagio. El SIDA se extiende como yerba mala entre los que violan las antiguas leyes divinas.
Tampoco es posible eliminar la carga de conciencia que produce nuestra mala conducta. No es posible eliminar el dolor que causamos a los que más cerca de nosotros están: nuestros padres. Y no es posible eliminar el ejemplo destructivo que, con nuestro comportamiento, legamos a futuras generaciones.
No es con más libertad (que en este caso es libertinaje) que vamos a mejorar el alma humana y a cambiar a la sociedad. Es con el someternos a las leyes divinas y con la observancia de los antiguos principios bíblicos. Éstos son la base de toda sociedad sana, fructífera y fuerte.
«En medio del desbarajuste de las pasiones —dijo un pensador—, sólo sometiéndonos voluntariamente a una ley moral superior puede salvarnos.» Invitemos a Cristo a nuestra vida, y todo mejorará.


