Se llamaba Mongie y era el mimado de la casa. Era un cachorro pastor alemán de pura sangre. A Frank Hewitt, su dueño, y a toda su familia, de Birkenhead, Inglaterra los divertían las travesuras del animalito. Su pasatiempo favorito era llevarles objetos que recogía en la calle, tales como pelotas, ramas, zapatos, cajas y botellas.
Una noche, cuando toda la familia se encontraba mirando televisión, Mongie se apareció con algo nuevo: una granada activa. Durante seis horas la familia estuvo aterrorizada, hasta cuando llegaron los bomberos y pudieron sacarle al cachorro la granada de entre los dientes. Nadie supo dónde halló esa granada, que era de las que usaban en la Segunda Guerra Mundial, pero pudo haberlos matado a todos.
Así como aquel cachorro, cuya acción es algo completamente natural en un perro, también hay padres que, sin darse cuenta de lo que hacen, llevan a la casa granadas que pudieran estallar al menor descuido. Y aunque no son granadas de acero que explotan visiblemente, éstas también dañan, mutilan y destruyen.
El padre de familia que lleva literatura pornográfica a su casa está metiendo un explosivo en el hogar. El que lleva droga porque él mismo la consume y no puede vivir sin ella está también introduciendo en la casa un peligro mortal para la mente y la vida de sus hijos.
No es sólo con granadas de acero que se destruye a una familia; también se destruye con los vicios, ya sea licor, droga, tabaco, juegos de azar o pornografía. Cuando éstos se dejan al alcance de los niños, o los usan los adultos, tienen poder para enfermar, corromper y destruir.
Hay personas que cuidan celosamente de que en la casa no haya nada que pueda provocar incendios, pero ellos mismos llevan al hogar objetos que son más destructivos que los que acaban con las casas.
¿No será tiempo de que limpiemos a fondo el hogar, el corazón, el alma y la vida? ¿Quiénes son los responsables de lo que ocurre en nuestro hogar? ¿Acaso no lo somos nosotros, los llamados «jefes del hogar»? ¡Claro que sí! Y si no tomamos a pecho nosotros la salud moral y espiritual de nuestro hogar, ¿entonces quién lo va a hacer?
Lo primero que necesitamos es tener a Cristo en el corazón. ¿Por qué no invitarlo a que entre hoy mismo?


