«Este es el último cigarrillo que fumo; después me acuesto.» Así dijo Billee Biehler, alemana de sesenta y un años de edad. En la mano tenía el cigarrillo, a su lado la botella de licor, y frente a ella el televisor. Su esposo, Wellman Biehler, de sesenta y cinco años, escuchó sus palabras desde su cama.
Pero Wellman no podía moverse. Estaba paralizado desde el cuello para abajo. Sólo escuchó a su esposa decir que tras ese último cigarrillo se acostaría. Pero la mujer se durmió en su silla. Se durmió con el sopor de la televisión, los vapores del licor y el entontamiento del cigarrillo. Y lo que ha ocurrido con demasiada frecuencia volvió a ocurrir. El cigarrillo prendió fuego a la alfombra, la alfombra a los muebles y finalmente a toda la casa.
Wellman murió, envuelto no sólo en las llamas de fuego sino también en las llamas del horror de su parálisis, y su esposa sobrevivió con graves quemaduras, sólo para contar el cuento. «Iba a ser mi último cigarrillo —declaró—; debido a mi edad, había decidido no fumar más.»
¡Cuántas veces no se repite en la vida este mismo drama! Billee Biehler había decidido, a los sesenta y un años de edad, dejar de fumar y dejar de beber. Su esposo, paralítico, merecía más atención. Pero con el último cigarrillo y el último trago, se adormeció su conciencia. Billee se quedó dormida, y el pequeño fuego del pitillo comenzó el incendio. Las llamas de aquel incendio devoraron no sólo toda la casa sino también la vida del inválido marido.
El diablo, riéndose a carcajadas, juega con las necedades de los seres humanos. ¡Cuántas veces el último trago, la última salida, el último baile, el último cigarrillo, la última dosis de droga, el último robo, el último negocio sucio, la última mentira o el último adulterio llegan a ser realmente el último! No porque así lo quiera Dios, sino porque todo quebrantamiento de las leyes físicas, morales y espirituales de esta vida trae consecuencias fatales.
Los vicios suelen agarrar como tenazas y prenderse a la voluntad humana como el abrojo se prende al vellón de las ovejas. ¿Qué es un vicio? Se ha definido como «cualquier deformidad que hace a una cosa, o persona, inapropiada para el uso a que está destinada». Y lo cierto es que cualquier desvío del camino correcto en la vida siempre, sin excepción, producirá amargas consecuencias.
¿Quién nos puede librar de esas aberraciones? Sólo Jesucristo. Sólo Él tiene el poder necesario para librarnos de todo vicio. Pero esa libertad sólo viene cuando nos entregamos de lleno a Él. Coronémoslo Rey de nuestra vida.