8 jun 2004

El lenguaje mudo de la simpatía

por el Hermano Pablo

Fue un diálogo de tres horas largas, cargado de tensión, de angustia, de dramatismo. Un diálogo en que se jugó la vida de un joven de veinticuatro años. Y sin embargo, en ese diálogo no se escuchó palabra alguna.

Lo sostuvieron dos hermanas, Tina y Brenda Pedraza, con Víctor Bruno. Víctor, sordomudo, estaba en la cornisa de un rascacielos de Nueva York, decidido a tirarse al vacío. Pero las hermanas le hablaron amistosamente por tres largas y expectantes horas. Por fin lograron hacerlo desistir de su intento.

Más que el lenguaje mudo de las manos, fue el lenguaje poderoso de la simpatía lo que les dio la victoria.

¡Qué inmenso valor tienen las palabras! ¿Qué sería del género humano si no habláramos? Nada podríamos hacer. No habría comunicación de ideas, ni sociedad civilizada, ni poesía, ni literatura ni oratoria. ¡Los muchos logros que hemos realizado se deben a que Dios nos dio el don de la palabra!

Esas hermanas de Nueva York supieron hablar con amor, y salvaron la vida de un muchacho atribulado. No emitieron ningún sonido en las tres horas del diálogo. Pero comunicaron amor y simpatía con sus manos, sus rostros y sus sonrisas.

Hay muchos que saben expresarse muy bien. Son maestros en el arte de la palabra. Son elocuentes en el habla. Pero sus palabras son frías y duras porque les falta amor. Y sin amor, ninguna palabra, por poética o literaria que sea, es bien recibida.

¿Qué es lo que les da a las palabras ese tono cálido, emotivo, convincente y arrullador? El amor. ¿Y de dónde brota el amor? Del corazón. Y el hombre es conforme es su corazón.

Lo que más importa en la vida es tener un corazón amoroso que sólo emite palabras suaves y tiernas, un corazón como sólo Jesucristo, Maestro supremo del amor y Dador de toda cosa buena, puede crear.

Las palabras las producen las cuerdas vocales, la lengua y los labios; el tono lo da el corazón. ¡Sea Cristo el Señor de nuestro corazón!

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