Un crimen sin nombre

4 jun 2020

(Día Internacional de los Niños Víctimas Inocentes de Agresión)

Me llamo Sarita,
y tengo tres añitos.
No puedo ver, pues tengo
hinchados los ojitos.

No hay duda de que soy
muy mala y muy tonta.
Por eso mi papá
muy enojado está.

Quisiera no ser
tan mala y tan fea,
para que mamita
me quiera abrazar.

No me dejan hablar,
ni puedo equivocarme;
pues de lo contrario
me encierran con llave.

Cuando me despierto,
me siento muy solita:
con la casa oscura
paso muchas horitas.

Si mamita vuelve,
me voy a portar bien:
¡para que no me peguen
una y otra vez!

¡Silencio!, no hagas ruido,
que puedo escuchar
que ha llegado papito
muy borracho de un bar.

Lo oigo que grita
con enojo mi nombre.
Ya no puedo huir;
¡y quisiera escapar!

Sus ojos malvados
buscándome están.
Tiemblo de miedo
y comienzo a llorar.

Me ve que estoy llorando,
y me insulta y me grita
que todos sus problemas
son por mi culpa.

Comienza a golpearme
y me abofetea.
Consigo soltarme,
y corro velozmente.

Él tranca la puerta,
yo comienzo a gritar;
contra una pared
me lanza sin piedad.

Caigo golpeada al suelo,
me siento adolorida.
Él grita maldiciones,
me ofende y me lastima.

Le pido me perdone,
pero ya es muy tarde.
Destellan sus ojos
de rabia y de odio.

Me sigue golpeando
sin misericordia.
¡Dios mío, yo te ruego
que termine el tormento!

¡Al fin ya termina!
Él sale insensible
y me deja tendida,
inerte, en el suelo.

Me llamo Sarita,
y tengo tres añitos.
Esta noche triste
me mató mi papito.1

Mediante estos conmovedores versos que hemos traducido del inglés, Gayle Jones Staples nos lleva a la sala de justicia en la que una pequeña víctima, llamada Sarita, describe los pormenores de un crimen sin nombre. Ahora bien, si a nosotros, que somos pecadores por naturaleza, nos parece depravado tal delito contra un ser indefenso de nuestra propia sangre, ¡cuánta repugnancia sentirá Dios, el Dador de la vida, que no sólo nos dio la vida que tenemos, sino que también dio la vida de su único Hijo para que pudiéramos tener vida plena y vida eterna!

Jesucristo, ese Hijo de Dios que murió por nosotros, le aseguró a uno de los maestros de Israel llamado Nicodemo que «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo».2 Y sin embargo Cristo sí condenó a cualquiera que maltrate a un niño. «Más le valdría ser arrojado al mar con una piedra de molino atada al cuello, que servir de tropiezo a uno solo de estos pequeños», advirtió Jesús.3 ¿Cuál no será, entonces, el castigo del que no sólo sirve de tropiezo a estas criaturas, sino que abusa de ellas y les roba la inocencia, o las maltrata física, sexual, verbal o emocionalmente?

No dejemos, pues, de informar de tales crímenes a las autoridades competentes, confiados de que a la postre Dios mismo se encargará de que en cada caso se haga justicia.


1 «Sarah», New Zealand Police Association, PoliceNews, Vol. 39, No. 8, Septiembre 2006, p. 209 <http://www.policeassn.org.nz/communications/newspdf/PoliceNewsSep06.pdf> En línea 25 enero 2008.
2 Jn 3:17
3 Lc 17:2
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