«Su pasión era el mar»

28 feb 2011

Durante la madrugada del 28 de febrero de 2010, «en el archipiélago de Juan Fernández, el terremoto de 8,8 grados en la escala de Richter que afectó la zona centro‑sur de Chile se sintió sólo como un leve temblor. Al menos así lo percibió Martina Maturana, de doce años, hija de un Carabinero destacado en la Isla de Robinson Crusoe... [que tenía] una población de 840 personas.... Sin embargo, luego de notar que algo extraño había ocurrido, le avisó a su padre, quien además de tranquilizarla, llamó al continente para recabar datos sobre el posible sismo. Martina, al escuchar que su abuelo, residente en Valparaíso, confirmaba la tragedia que a esas horas se desataba en Chile, miró por la ventana y observó que los botes de la bahía saltaban y chocaban entre sí.

»Entonces corrió a la plaza del pueblo y tocó el bong instalado en el centro del parque. Sin saber el código de emergencias estipulado entre las autoridades de la isla —dos para incendios, tres para derrumbes— despertó a varios lugareños de la isla, quienes también comenzaron a tocar campanas y a huir hacia las alturas. Minutos después, el maremoto destruyó la caleta. Gracias a la [advertencia] de Martina, el tsunami que devastó Juan Fernández no produjo más víctimas.» Uno de cada tres habitantes de la isla perdió todas sus posesiones materiales, pero casi todos se salvaron.

«Una de las historias más tristes que se registraron tras el desastre ocurrió [allí mismo] en Juan Fernández. Paula Allardy, bióloga marina de la Universidad Andrés Bello y quien se iba a casar a mediados de año,... se encontraba realizando un estudio sobre los lobos marinos junto a su novio, Ismael Cáceres. De hecho, fue él quien organizó un equipo de búsqueda después de la tragedia y, según trascendió, encontraron dos cuerpos antes de hallar los restos de Paula. Según narró la hermana de la víctima, Maite Allardy, la bióloga había viajado el jueves de la semana pasada al archipiélago. Era la primera vez que realizaba un viaje a terreno, y su afán por hacerlo la hizo insistir en subirse al buque de la Armada que zarpaba hacia la isla....

»“Su pasión era el mar, y eso se lo inculcó nuestro padre...”, explicó la hermana de Paula, quien recordó que alcanzó a avisarle a su hermana que en Chile había ocurrido un terremoto y le pidió que se refugiara. Sin embargo, fue demasiado tarde, y la ola [de 17 metros] arrasó el lugar.»1

Este artículo escrito por la reportera María Elizabeth Pérez del diario La Tercera hace que nos preguntemos una vez más: En tales casos, ¿es justo que algunos se salven mientras que otros perezcan? ¿Por qué mueren unos y se salvan otros?

En el Sermón del Monte, Jesús dijo que nuestro Padre celestial «hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos»2 por igual. Así que la respuesta no está en nuestra condición espiritual. Al parecer tiene que ver más bien con ciertas condiciones físicas, que tienen consecuencias naturales. Gracias a Dios, pase lo que pase con nuestro cuerpo en esta tierra, todos podemos esperar algún día tener un cuerpo glorificado en el cielo.3 Porque Dios envió a su Hijo Jesucristo al mundo a morir por nosotros precisamente para que, al creer en Él, podamos tener vida eterna.


1 María Elizabeth Pérez, «Niña de 12 años alertó de la ola gigante en Juan Fernández y evitó una tragedia mayor», La Tercera, 1 marzo 2010, p. 18 <http://diario.latercera.com/2010/03/01/01/contenido/9_25306_9.html> En línea 1 marzo 2010.
2 Mt 5:45
3 1Co 15:50‑54
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