
«Me llamo Úrsula Hilaria Celia Caridad Cruz Alfonso. Soy hija de Catalina Alfonso, a quien todos le decían “Ollita”, y de Simón Cruz. Nací en La Habana, Cuba, en la sección más pobre de un barrio de clase media y trabajadora donde vivían personas de todas las razas y colores.» Así comienza Celia Cruz su autobiografía titulada: Celia: Mi vida, publicada cerca del final de su vida.
Remontándose a los inicios de su carrera artística, la famosa diva guarachera rememora: «Antes de [que cantara con] la legendaria Sonora Matancera, [me di a conocer en todos lados], pero a la única persona que tuve que convencer de eso fue a mi papá. Para mí fue algo importante nunca ocultarle mi carrera. Además, yo lo que quería era que estuviera orgulloso de mí. No era nada raro que las muchachas se escondieran de los padres si querían ser artistas, ya que en esa época no estaba bien visto ser mujer en el mundo del espectáculo. La gente solía decir: “¡Ay, qué vergüenza! Tenemos una artista en la familia.”
»... [Yo] nunca estuve de acuerdo con... que todas las mujeres artistas fueran indecentes. Eso nunca fue cierto, ni siquiera en los tiempos de mi papá. La que tenía talento y vergüenza se podía valer de eso.... Desgraciadamente, hay muchas muchachas débiles que hacen un millón de cosas intentando realizar sus sueños. Me da mucha lástima ver eso, porque la verdad es que no hay sino que respetarse a uno mismo para que los demás te respeten.
»Gracias a Dios, me di cuenta de muy pequeña que vale más la amabilidad que la belleza, y vale más la dedicación que una conexión. Con esa filosofía seguí mi trayectoria como me la entregaba el destino, y mi familia —con la excepción de Simón— siempre me lo aplaudió. Mi papá se avergonzaba de mí, y ni siquiera le decía a nadie que yo existía; pero gracias a Dios un día todo eso cambió.
»Simón estaba trabajando, y uno de sus compañeros de trabajo le enseñó un periódico y le [dijo]: “¡Mira, Simón! Esta muchachita tiene el mismo apellido que tú. ¿Ella es algo tuyo?” Y mi papá le contestó reciamente: “Pues sí, es mi hija. ¿Y qué?” Cuando Simón vio que el periódico hablaba de mí, de mi talento y nada más, entendió que nunca fui lo que se había imaginado. Se dio cuenta de que yo seguía siendo la niña educada que él y Ollita [mi mamá] habían criado. Esa noche, cuando regresó a casa, hablamos a solas. Me explicó por qué había estado tan opuesto a mi carrera de artista, y por primera vez pude comprender su punto de vista. También me dijo que confiaba en mí, y que de ese día en adelante más nunca me negaría.... Hoy día, todavía se me llenan los ojos de lágrimas cuando pienso en esa conversación.»1
Así como Simón Cruz negó por un tiempo a su amada hija Celia delante de los demás, también Simón Pedro negó a su amado Señor Jesucristo. De modo que Cristo bien pudo haber negado a Pedro delante su Padre celestial. Pero Cristo ya había rogado más bien por Pedro, así como ruega hoy por nosotros, para que no le fallara la fe, de modo que, después de arrepentirse, Pedro pudiera más bien fortalecer la fe de sus hermanos.2 Más vale que cada uno de nosotros determine que esa intercesión divina no ha de ser en vano.
1 | Celia Cruz con Ana Cristina Reymundo, Celia: Mi vida (New York: HarperCollins, 2004), pp. 11,46-48. |
2 | Mt 10:33; 26:69-75; Lc 22:31-34; Ro 8:34; Heb 7:25; 1P 1:5-9,20-21; 5:8-9; 2P 2:1; 1Jn 2:1 |