«¡Viva Santa Cruz!»

3 abr 2024

Sin duda fue en su última residencia en la municipalidad de Miraflores en Lima, Perú, que el popular escritor criollo Ricardo Palma escribió la última de sus famosas Tradiciones Peruanas, titulada: «Una visita al mariscal Santa Cruz». En esta tradición, que escribió como artículo para el diario La Prensa de Buenos Aires, y que fue publicado como tal el primero de enero de 1915, don Ricardo cuenta al principio acerca de una experiencia que tuvo en su niñez con relación al general Andrés Santa Cruz, y posteriormente acerca de una visita que le hizo en París en 1864, apenas un año antes de la muerte del gran mariscal.

Durante la visita, don Ricardo le cuenta a don Andrés el incidente que dejó en él honda huella cuando tenía apenas seis años de edad:

—Era en enero de 1839, y se vivía en Lima entre agitaciones y zozobras. Una noche, poco después de las siete, se oyó en la tranquila calle del Rastro de San Francisco, donde habitaba mi familia, galopar de caballos; corrí al balcón, y en la penumbra de la calle, pobrísimamente alumbrada, alcancé a percibir un grupo de tres o cuatro jinetes; ocurrióseme que llevaban arreos militares, y, sobreexcitada mi imaginación por los relatos que oía continuamente a mi padre, partidario decidido de la Confederación, grité: “¡Viva Santa Cruz!” Creí que la cabalgata se había detenido un punto; pero pronto se perdió en las tinieblas. Por averiguaciones posteriores he llegado a pensar que no me equivoqué al lanzar mi exclamación.

—¡Realmente era yo! —exclamó don Andrés, que me había escuchado con gran atención—. Por cierto que puede usted jactarse de haberme causado tan grave susto, que a poco más da al traste con mis planes. Había yo salido de Yungay hacía tres días, y a revientacaballo llegué a Lima, donde aún se ignoraba por completo el resultado de la batalla. Al oír mi nombre, temí que me hubieran reconocido y pensé por un momento retroceder y salir de la ciudad; pero reaccioné inmediatamente y continué mi marcha hacia la casa de don Juan Bautista de Lavalle, en la calle de Melchormalo; allí tomé un baño y algún alimento, y a las doce de la noche cabalgué nuevamente y partí rumbo al destierro.1

El niño Ricardo hizo bien al tener fe en su héroe al extremo de vitorearlo cuando aún no se vislumbraba la victoria final. Así debieron haber procedido los discípulos de Jesucristo cuando Él fue arrestado y condenado a muerte de cruz. Pero no lo hicieron, ya que no comprendieron que su Libertador no había estado luchando por la libertad física, como luchó el mariscal Santa Cruz, sino por la libertad espiritual. Gracias a Dios, tuvieron la oportunidad de reparar su error vitoreándolo tres días después, cuando venció la muerte. Y ahora nosotros podemos prepararnos para visitar a nuestro Gran Mariscal, como ya lo hicieron aquellos discípulos, no en Francia sino en la patria celestial.


1 Ricardo Palma, Tradiciones peruanas, Tomo II, «Una visita al mariscal Santa Cruz (1864): Reminiscencias históricas», pp. 272‑79.
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