«Nunca fueron curados por mano de hombres»

6 dic 2023
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(Día Nacional del Gaucho en Argentina)

«Después de un pesado galopar y gritar por los médanos, salimos al campo.... Nuestro trabajo y el de los demás... iba surtiendo efecto. [En] la pampa... muy lejos unas polvaredas indicaban las partes más numerosas de la recogida....

»Íbamos dejando a un lado las vacas recién paridas, que nos miraban hoscas, con una cornada pronta en cada aspa.... Los balidos [revelaban] angustia en el aire, angustia de las bestias libres agarradas por su destino de obedecer, aunque acostumbradas a no ver hombres sino a muy largas distancias y muy de tiempo en tiempo....

»Conservábamos la vista fija en el lugar del rodeo y deseábamos ya estar allí, pues poco que hacer y [poca] diversión encontrábamos en galopar atrás del vacaje cimarrón, que no se dejaba arrimar....

»El rodeo aumentaba de tamaño, por los animales que llegaban y porque nos acercábamos. Ya el entrevero de los balidos se hacía ensordecedor....

»Llegamos. Algunos paisanos rondaban el tropel asustado de animales. Otros mudaban caballo.... Los caballos sudados, con los sobacos coloreando de espolazos, o embarrados hasta la panza, delataban la tarea particular a que habían sido sometidos....

»Contemplé el rodeo. Nunca había presenciado semejante entrevero. Debían de ser unos cinco mil, contando grande y chico. Los había de todos los pelos, todos los tamaños; pero... lo que... llamaba mi atención era el gran número de lisiados de todas clases: unos por quebraduras soldadas a la buena de Dios, otros a causa del gusano que les había roído las carnes dejándoles anchas cicatrices.

»Esos animales nunca fueron curados por mano de hombres. Cuando un aspa creciendo se metía en el ojo, no había quien le cortara la punta. Los embichados morían comidos o quedaban en pie, gracias al cambio de estación, pero con el recuerdo de todo un pedazo de carne en menos. Los chapinudos criaban pezuñas con más firuletes que una tripa. Los sentidos del lomo aprendían a caminar arrastrando las patas traseras. Los sarnosos morían de consunción o paseaban una osamenta mal disimulada, en el cuero pelado y sanguinolento. Y los toros estaban llenos de cicatrices de cornadas, por las paletas y los costillares.

»Algunos daban lástima, otros asco...»1

Al leer hasta aquí lo narrado por el protagonista Fabio Cáceres en la épica obra del escritor argentino Ricardo Güiraldes titulada Don Segundo Sombra, bien pudiéramos preguntarnos: Así como «un gran número de... esos animales nunca fueron curados por mano de hombres», ¿acaso no habría también muchos de esos gauchos reseros que nunca fueron curados de sus propios males por la mano de Dios? La condición física y espiritual de aquellos aguerridos hombres debiera darnos aún más lástima que la condición de aquellas pobres bestias, sobre todo si tenemos en cuenta que Jesucristo, el Hijo de Dios, ya había sido herido por nuestras faltas y triturado por nuestros pecados a fin de que, por sus llagas, todos pudiéramos ser curados. Mediante su muerte en la cruz, Cristo había pagado el precio por esa sanidad, y sólo hacía falta que aquellos gauchos la hicieran suya, tal como hemos hecho muchos de nosotros.2


1 Ricardo Güiraldes, Don Segundo Sombra, prosas y poemas (Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho, 1983), pp. 234-35 <https://www.clacso.org.ar/biblioteca_ayacucho/detalle.php?id_libro=1788> En línea 23 julio 2023.
2 Is 53:1-12; 1P 2:21-25
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