Soledad

30 sep 2022

«Frente al muelle de Órzola, al norte de la isla canaria de Lanzarote, hay algunos restaurantes pintados de blanco y con las puertas verdes, algo típico en esta isla. Unos cien metros más allá hay un pequeño edificio cuyas paredes están deterioradas por el tiempo, y lo blanco tiene mucho de negro. Allí encontré a una señora de ochenta y ocho años, que atiende su negocio de ventas, ella solita, y que viste siempre de negro, guardando luto por su esposo, que murió hace catorce años.

»Escuché a Soledad, que así se llama esa isleñita de casi noventa años. Le oí hablar de sus hábitos alimentarios, ya que no come carne sino sólo pescado y gofio, que es harina de cereales tostados, base alimenticia del campesino canario.

»Mientras Soledad hablaba, observé que conserva una claridad mental envidiable, y que puede expresar sus ideas con facilidad. También teje en los ratos en que no hay clientes en su negocio. Confiesa que hace todo eso para mantenerse activa, ya que tiene una modesta jubilación para vivir. Trabaja en su tienda ocho horas o más, sin que eso la agote. Y cobra a sus clientes el precio más bajo posible por lo que vende, a pesar de que su negocio está en un sitio turístico. Aun sus trabajos de bordados, verdaderas obras de arte, los vende a un precio irrisorio.

»El momento más emocionante es cuando Soledad habla de su esposo, pescador marino, que murió hace catorce años. Entonces se nubla su sonrisa y se le aguan los ojos. Fue el único amor de su vida, y estuvo con él más de cincuenta años. No tuvieron hijos, y lo único que conserva de él son varias fotos que exhibe en la pared de su negocio.

»Habla de su esposo con fervor y entusiasmo. Cuenta de los trabajos que pasaron juntos, ya que nunca la vida fue fácil para ellos. Ella salía de noche a remover las piedras de la playa para buscar animalitos que servían de carnada para su esposo que salía a pescar al día siguiente. Unas doce veces a lo largo de los años se fue con él a un islote cerca de la isla portuguesa de Madeira, donde su esposo pescaba en botes de vela en aquellos tiempos de la juventud.

»La vida de Soledad ha sido de pobreza y de lucha por la subsistencia. Pero lo único que la pone triste, y se le ve en el rostro, es recordar que ya su esposo no está con ella. Aun así, al recordar los años vividos con él, sonríe entre sus lágrimas.»1

A quienes nos identificamos con Soledad en la pérdida de seres queridos, esta reflexión escrita por el autor cubano Luis Bernal Lumpuy nos hace preguntarnos si será posible volver a tener una relación con ellos en el futuro y, de ser así, cómo será esa relación. En realidad, todo depende de que hayamos hecho los preparativos necesarios para encontrarnos en el más allá. Aunque la Biblia no dice que nuestras relaciones en el mundo venidero serán iguales que en el mundo actual, sí nos da a entender que serán superiores. Es decir, serán sobrenaturales porque nuestra naturaleza será sobrehumana y nuestro cuerpo será glorificado e inmortal. Aseguremos nuestro pasaje al cielo, donde Dios mismo enjugará toda lágrima de nuestros ojos y no tendremos que volver jamás a sentir el dolor de la separación de un ser querido.


1 Luis Bernal Lumpuy, «Soledad», artículo inédito enviado al autor por correo electrónico a modo de archivo adjunto, 28 septiembre 2004.
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