Cuando vale la pena un sacrificio

19 jul 2021

(Víspera del Día Mundial del Ajedrez)

Hubo una vez un monarca indio llamado Kadid que triunfó sobre sus enemigos, pero luego sucumbió a una fuerza mayor: la inconsolable tristeza de ver morir a su hijo, su único heredero, en el campo de batalla. Sumido en la melancolía, se encerró en su palacio, indiferente a los asuntos del reino.

Durante años nada ni nadie pudo aliviar la ausencia del hijo muerto. Hasta que un día se presentó en la corte un brahmán que le aseguró que él sí podía sacarlo de aquella depresión que lo agobiaba.

El anciano sacerdote indio pintó 64 cuadrados en una tabla, y comenzó a colocar simétricamente sobre el tablero unas figuras talladas a modo de ejércitos adversarios. Kadid, al verlo finalmente acomodar un rey por bando, no pudo menos que preguntar cómo podía movilizar esas tropas. Una vez que el brahmán le explicó las reglas, el rey se aficionó a tal grado que le exigió a toda su corte que aprendiera a jugar.

Lo cierto es que el monarca ganaba todas las partidas, pero tal vez no se debiera a que era un gran jugador sino a que nadie quería arriesgarse a derrotarlo. Hasta que un día, durante una partida, uno de sus rivales encerró a su rey en una esquina del tablero y, pese a que Kadid contaba con más tropas, la victoria corría peligro.

«Nervioso, se concentró durante horas en el tablero prohibiendo cualquier interrupción —cuenta el escritor español Jorge Benítez—. Tenía la sensación de que esa partida la había jugado y ganado con anterioridad, pero no recordaba cómo. “Eso era imposible”, le dijo su rival. [Pero] Kadid no desistió, [sino que] siguió reflexionando hasta que por fin descubrió que la posición de las piezas era exactamente igual a la de las tropas que había comandado en su última batalla el día que vio morir a su hijo.

»Angustiado ante semejante revelación, mandó llamar al brahmán que le había enseñado las reglas del ajedrez para preguntar por el significado de esa casualidad. “Muchas veces para vencer hay que saber sacrificar una pieza importante”, contestó el [anciano]. El rey Kadid volvió a [estudiar] el tablero, [y] finalmente lo comprendió. La maniobra que había protagonizado su hijo durante la batalla con su guardia personal desde el flanco contrario había distraído al enemigo, salvando a su ejército y a su padre.

»Con la fe del converso, Kadid decidió sacrificar una de sus piezas más valiosas. Sin embargo, diez movimientos después, dio muerte al rey opositor, [con lo que ganó la partida]. [Fue así como] aquel padre cicatrizó su herida y recuperó la alegría.»1

Esta leyenda sobre el génesis del ajedrez, contada por Jorge Benítez en su obra titulada Nieve negra: Dioses, héroes y bastardos del ajedrez, nos recuerda lo que dispuso Dios mismo desde el génesis de nuestra creación como piezas suyas en el tablero de la vida. Por su gran amor por nosotros, para ganarle la partida al enemigo de nuestra alma y así salvarnos eternamente, Dios sacrificó a su único Hijo, Jesucristo, la pieza más valiosa de todas.2 Más vale que correspondamos a ese amor que no tiene precio, sirviéndole fielmente como el Rey de nuestro corazón.


1 Jorge Benítez Montañés, Nieve negra: Dioses, héroes y bastardos del ajedrez (Madrid: Libros del K.O., 2020), pp. 5-7.
2 Mt 16:21; Jn 3:16; Hch 17:3; Ef 5:2; Heb 2:14; 1P 5:8; Ap 13:8
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