Fuerte y poderoso compañero

23 sep 2020

(Último domingo de septiembre: Día Internacional de la Biblia)

«Para mí —escribió Pablo Neruda en 1954— los libros fueron como la misma selva en que me perdía, en que continuaba perdiéndome. Eran otras flores deslumbradoras, otros altos follajes sombríos, misterioso silencio, sonidos celestiales, pero también la vida de los hombres más allá de los cerros, más allá de los helechos, más allá de la lluvia.

»Por ese tiempo —continúa narrando Neruda— llegó a Temuco una señora alta, con vestidos muy largos, y zapatos de tacón bajo.... Era la directora del liceo. Venía de nuestra ciudad austral, de las nieves de Magallanes.... La vi muy pocas veces, porque yo temía el contacto de los extraños a mi mundo.

»... Tenía una sonrisa ancha y blanca en su rostro moreno por la sangre y la intemperie... sonrisa entre pícara y fraternal y... ojos que se fruncían picados por la nieve o la luz de la pampa.

»No me extrañó cuando de entre sus ropas sacerdotales sacaba libros que me entregaba y que fui devorando. Ella me hizo leer los primeros grandes nombres de la literatura rusa que tanta influencia tuvieron sobre mí.

»Luego se vino al Norte. No la eché de menos porque ya tenía miles de compañeros, las vidas atormentadas de los libros. Ya sabía dónde buscarlos.»1

Ese amor a los libros del que habla el poeta chileno Pablo Neruda, que le inculcó aquella maestra de escuela a temprana edad en Temuco, culminó en 1971 cuando se le concedió el Premio Nobel de Literatura. Pero Neruda no fue el primer poeta chileno en obtener el ansiado premio; fue el segundo. Ya hacía un cuarto de siglo, en 1945, que había obtenido el Premio Nobel su antigua mentora, que fuera por un tiempo directora de aquel liceo en Temuco, Gabriela Mistral.

A propósito del amor a los libros, Gabriela misma lo practicó a lo largo y ancho de su ilustre carrera literaria y diplomática. Pero hubo un libro en particular que mereció su más alto aprecio. En el año 1919 la Mistral le regaló un hermoso ejemplar de ese magistral libro, la Santa Biblia, al Liceo No. 6 de Santiago de Chile, donde ejerció como directora. En sus páginas dejó escrita esta confesión de fe, a modo de dedicatoria, respecto al Libro Sagrado:

Libro mío, libro en cualquier tiempo
y en cualquier hora.
Bueno y amigo para mi corazón,
fuerte, poderoso compañero.
Tú me has enseñado la inmensa belleza
y el sencillo candor,
la verdad terrible y sencilla en breves cantos.
Mis mejores amigos no han sido
gentes de mis tiempos;
han sido los que tú me diste:
David, Rut, Job, Raquel y María.
Con los míos éstos son mis gentes,
los que rondan en mi corazón y en mis oraciones,
los que me ayudan a amar y a bien padecer...
Siempre eres fresco, recién conocido...
Yo te amo todo,
desde el nardo de la parábola
hasta el adjetivo crudo de los Números.2

Así como Pablo Neruda aprendió de Gabriela Mistral a buscar la grata compañía de los libros, aprendamos también nosotros de aquella poetisa de América a buscar la grata compañía del Libro por excelencia que ella tanto amaba. En cualquier tiempo y a cualquier hora, podemos acudir a él como fuerte y poderoso compañero.


1 Pablo Neruda (Isla Negra, 1954), Infancia y poesía, reproducido en Pablo Neruda, Veinte poemas de amor y una canción desesperada (Bogotá: Editorial Norma, 1990), pp. 25‑26, tomado del diario El Tiempo, Lecturas Dominicales, Bogotá, octubre 31 de 1971.
2 Bruno Rosario Candelier, «El lenguaje bíblico en la lírica americana», TeoLiterária, Vol. 4, No. 7, 2014, pp. 113-14 <https://revistas.pucsp.br/teoliteraria/article/view/22831/16518> En línea 13 mayo 2020.
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