«El gol de la muerte» (2a. Parte)

8 sep 2020

La tarde del 24 de mayo de 1964 se enfrentaron en el Estadio Nacional de Lima las selecciones de fútbol del Perú y Argentina en un partido decisivo para adjudicarse uno de los dos cupos que le tocaban a Suramérica en las Olimpíadas de Tokio. Lamentablemente, cerca del final del partido, al equipo peruano se le invalidó un gol que desencadenó la ira de los fanáticos, una represión desproporcionada de la policía, y la orden de cerrar las puertas metálicas de entrada y salida para que no ingresaran al estadio más aficionados a última hora sin boletos, lo cual dejó como saldo más de 320 muertos.

De ahí que el periodista peruano Efraín Rúa le haya puesto por título El gol de la muerte al libro que publicó medio siglo después acerca de la tragedia nacional que ocurrió ese aciago día.

Antes del partido —narra Efraín Rúa— «el camarógrafo Jorge Vignati daba vueltas fuera del estadio, donde cientos de personas hacían lo mismo que él, buscando inútilmente su boleto de ingreso. Cansado de recorrer en vano los alrededores, Vignati se fue al Campo de Marte a ver la carrera de autos.»

Un muchacho de doce años, Manuel Paz Aráoz, llegó al estadio con su mamá en busca de entradas, pero pronto se dio cuenta de que estaban agotadas. Sus esperanzas revivieron cuando un revendedor les ofreció dos boletos, pero volvieron a decaer cuando supo cuánto costaban. Su mamá, al verlo tan afligido, ofreció comprar una sola entrada para él y esperarlo afuera hasta el fin del partido. Pero Manuel rechazó la oferta de inmediato, diciéndole a su mamá que prefería volver a casa. Esa noble decisión la recordaría el resto de su vida.

Antes de los Juegos Olímpicos de 1972 —concluye Rúa en tono irónico en el último capítulo del libro—, «llegó al país el jefe de la policía alemana... para conocer las causas de la hecatombe, la mayor ocurrida en los estadios del mundo. Su objetivo era recoger experiencias sobre seguridad para los... juegos... de Múnich. Lamentablemente, de poco le sirvieron: el evento culminaría sangrientamente tras el asalto de un comando palestino contra la Villa Olímpica en la que se alojaban los atletas israelíes.»1

Una lección importante que nos dejan estas historias es que el único seguro que sirvió para proteger físicamente a los peruanos que se salvaron fue la decisión oportuna que cada uno tomó por cuenta propia sin saber las consecuencias que tendría, pero ese no era un seguro que aquel jefe policíaco podía ofrecerles a los atletas en Múnich. Gracias a Dios, en lo tocante a nuestra protección espiritual, Él sí tiene en su poder, como nuestro Salvador y Protector divino, el único seguro que sirve, la promesa de vida eterna, y nos la ofrece a todos por igual.2 Más vale que tomemos la decisión de aceptar esa oferta antes de que sea demasiado tarde.3


1 Efráin Rúa, El gol de la muerte: La leyenda del Negro Bomba y la tragedia del estadio (Breña, Perú: Ruta Pedagógica Editora SAC, 2014), contratapa, solapa, pp. 31-32,128.
2 Jn 3:16; 4:14; 5:24; 10:27-28; 1Jn 2:25; 5:11
3 2Co 6:2
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