«¡Que viva la libertad!»

3 nov 2020

(Bicentenario de la Independencia de Cuenca)

«... Prevenid vuestras armas para la libertad de nuestros hijos y de nosotros, pues no queremos tirano rey.» «A morir o vivir sin rey... que la libertad queremos...» Así rezaban algunas de las hojas impresas que invitaban a la liberación, fijadas en las paredes de edificios públicos y en casas de la ciudad de Cuenca, hoy Ecuador, el 21 de marzo de 1795. Pero se cerró el proceso de investigación el 12 de abril sin sospecha alguna de quién fuera el autor de los tales «pasquines subversivos».1

De modo que no es de extrañarse que, cuando la noticia de la proclamación de la independencia de Guayaquil les llegó a los patriotas de Cuenca el 15 de octubre de 1820 —¡veinticuatro años después!— la recibieran entusiasmados e iniciaran los preparativos para lograr su propia independencia. Su primer logro fue conseguir que Antonio Díaz Cruzado, gobernador representante de la autoridad española, accediera a entregarles el mando el primero de noviembre. Pero aquel cómplice fue descubierto y enviado detenido a Quito.

El segundo logro de los conspiradores fue aún más sorprendente: Consiguieron que el doctor José María Vázquez de Noboa, el abogado chileno que sucedió al gobernador habiendo fungido como el segundo alcalde de la ciudad, apoyara también la causa independentista. Con la complicidad del nuevo gobernador, el 3 de noviembre los patriotas aprovecharon su comunicado real en la plaza central —hoy Parque Calderón— para sorprender y desarmar a la escolta militar que lo acompañaba.

Aun con aquella provisión de armas, los insurgentes, animados por el teniente Tomás Ordóñez Torres, que había sufrido una herida de bayoneta en una pierna durante el asalto a la escolta, estaban en tan gran desventaja contra los soldados realistas que por poco se dan por vencidos. No fue sino hasta el día siguiente, 4 de noviembre, en que llegaron refuerzos encabezados por el célebre cura de Chuquipata, el maestro Javier de Loyola, que los patriotas lograron apoderarse de la plaza, tomar el cuartel que abandonaron en fuga los realistas y proclamar la independencia de Cuenca: su logro final. De ahí que en las calles de la ciudad resonara la copla:

¡Que viva el cura Loyola!
¡Que viva la libertad!
¡Abajo los chapetones!
¡Abajo la terquedad!2

Gracias a Dios, en cierto sentido su Hijo Jesucristo es como aquellos gobernadores de Cuenca que apoyaron la causa de la independencia. Pues a pesar de ostentar todo el poder como Rey del universo, a Él no le interesa reinar sobre nosotros como un tirano, sino sólo reinar en nuestro corazón. Cristo quiere que lo amemos y le sirvamos por elección propia, haciendo uso del libre albedrío con que nos creó, ya que sabe que ese es el único amor y servicio que realmente vale. Y quiere librarnos de las cadenas del pecado. Más vale que hagamos de Él nuestro Señor, y así poder proclamar:

¡Que viva el Rey soberano!
¡Que viva la libertad
que Jesucristo su Hijo
al mundo vino a dar!3

1 Juan Cordero Íñiguez, PhD, Cronista Vitalicio de Cuenca, Junta del Bicentenario, «Cuenca y la independencia del Ecuador: El pensamiento libertario en la independencia de Cuenca», marzo 2020, p. 7 <https://issuu.com/sucorral/docs/independencia_cuenca> En línea 25 mayo 2020; «La independencia de Cuenca: La histórica hazaña del 3 de noviembre» <https://www.efemerides.ec/1/nov/3_de_nov.htm> En línea 25 mayo 2020.
2 Ibíd.
3 Lc 4:18; Jn 3:16; 8:32; Ro 6:6-7; 8:15; Gá 4:4-7
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