Una fuga en Navidad

24 dic 2020

Era el 25 de diciembre de 1943. En aquel entonces a los presos del Penal «García Moreno» en Quito, Ecuador, se les permitía recibir visitas en días festivos. Así que el hermano mayor y el hermano menor del Capitán de Caballería Leónidas Plaza se confabularon para sacarlo de esa tétrica cárcel. Un Consejo de Guerra lo había condenado a dieciséis años de prisión por haber protagonizado una protesta que culminó en una marcha sobre el Palacio de Gobierno en la que pedían la renuncia del presidente.

No se trataba de una familia cualquiera. El padre de aquellos hermanos, el General Leónidas Plaza Gutiérrez, había ejercido dos mandatos como presidente de Ecuador en las décadas de 1900 y 1910. Pero había fallecido once años antes, de modo que no tuvo el placer de ver cómo su hijo mayor, Galo Plaza Lasso, llegaría también a ser Presidente de la República sólo cinco años después de esta Navidad de 1943.

Aprovechando la oportunidad de visitar a su hermano Leónidas, Galo y José María, el hermano menor, fueron a la prisión acompañados de la esposa de José María y la de Leónidas. Según el escritor ecuatoriano Miguel Albornoz, «José María llevaba un vistoso traje deportivo, anteojos oscuros y un parche en la mejilla. En la celda parecía que celebraban los hermanos y parientes [el nacimiento de Jesús], pues la radio sonaba a gran volumen, y los guardias, a la distancia, comprendían. Era Navidad. Pero [lo que] sucedía en realidad [era] que estaban afeitando la larga barba que se había dejado crecer Leónidas y tiñendo de negro su pelo rubio rojizo. Como los tres hermanos eran de la misma elevada estatura, los vestidos de José María le quedaban bien a Leónidas, además de los anteojos y el parche.

»Acompañado de su tía, doña Lola Lasso, salió Leónidas sin dificultad, saludando a los guardias. Poco después, una vez que se produjo el cambio de guardia, salió José María acompañado de las otras mujeres. La radio seguía sonando en la celda. Galo, prolijo y sereno, estaba ocupado en formar en la cama, con libros y almohadas, una especie de figura que dormía. Hizo el inventario de lo que quedaba... [y] salió entonces, no sin charlar amablemente con los nuevos guardias, felicitándolos por la Navidad y pidiéndoles que dejaran dormir a su hermano, que [la] había festejado... en familia.»

Fue así como Leónidas logró partir en una camioneta hacia lugar seguro.1 En síntesis, esa Navidad Galo, que había sido un excelente futbolista y torero, se valió de su habilidad para engañar y burlar al contrario2 a fin de lograr «con bríos» la fuga de su hermano.

¿Hay alguna aplicación espiritual o personal de esta anécdota histórica que nos pueda servir? Sí la hay, pero a la inversa: Es que, cuando más nos haga sentir el diablo que nos tiene presos, condenados a cadena perpetua a causa del pecado, basta con que invirtamos las tablas de ese engaño suyo sometiéndonos más bien a Dios y haciéndole frente a aquel adversario de modo que no tenga más remedio que huir de nosotros.3


1 Miguel Albornoz, Galo Plaza «ecuatoriano universal» (Quito: Nueva Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana «Benjamín Carrión», 1988), pp. 36-39,96-99 <https://www.academia.edu/27892865/ Galo_Plaza_el_ecuatoriano_universal_por_Miguel_Albornoz> En línea 16 marzo 2020.
2 Ibíd., pp. 41-49.
3 Ef 6:11; Stg 4:7; 1P 5:8
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