Un buen samaritano chileno

(Aniversario del Rescate de los Sobrevivientes de los Andes)

Falleció a los noventa y un años de edad, en febrero de 2020, poco más de cuarenta y siete años después de «la tragedia de los Andes». No se trata de uno de los dieciséis uruguayos que se salvaron, sino del chileno que les salvó la vida, el arriero Sergio Hilario Catalán Martínez. «Para mí especialmente, Sergio es un ejemplo de vida —dijo Roberto Canessa, que había caminado diez horas en la nieve con Fernando Parrado en busca de ayuda cuando, del otro lado del río, vieron a un hombre a caballo—. [Sergio era] un hombre que no dejaba la Cordillera nunca en esa época porque nacían los terneros y se los comían los pumas. Sin embargo, por nosotros —unos desconocidos— se subió a su caballo tres horas. Después le pidió a un camión de vialidad que lo llevara al destacamento de San Fernando para dar la noticia. De Santiago le dijeron que no era posible que hubiera sobrevivientes, [que] “ese hombre está borracho”. Pero [Sergio] tenía [como prueba] la carta que le había escrito Nando», explicó Canessa.1

Treinta y cinco años después, ya como médico, Canessa le devolvió en parte el favor al hacer las gestiones en nombre de sus compañeros por las que se logró con éxito un implante de cadera para que Sergio, que sufría de artrosis, pudiera volver a montar a caballo y recorrer aquellos parajes andinos.2

En marzo de 2005 Nando Parrado, a fin de acompañar en la celebración de las bodas de oro a aquel hombre a quien él describió como «humilde, amable e inmensamente digno», viajó nuevamente a Chile por invitación de la esposa Virginia, pero sin que Sergio lo supiera. Hizo el viaje junto con Roberto Canessa, Gustavo Zerbino y las familias de los tres.

Al ascender por la angosta carretera de piedras con las áridas e irregulares cordilleras a su alrededor, divisaron una silueta a caballo y reconocieron a Sergio, vestido con su chaqueta corta, botas de punta y sombrero de ala ancha, a la usanza tradicional del ganadero chileno. Así que se detuvieron, y los tres sobrevivientes uruguayos se bajaron de los autos y caminaron hacia él. Cuando Sergio se dio cuenta de quiénes eran, «los ojos se le abrieron como platos y se le llenaron de lágrimas». Pero, antes de que pudiera decir nada, Nando dio un paso al frente y le dijo: «Perdone, buen hombre, pero nos hemos perdido otra vez. ¿Nos puede ayudar de nuevo?»3

Gustavo Zerbino, quien representó a los demás en el funeral, expresó: «A mí él me dijo que había actuado como hombre, como padre y como cristiano.... Para nosotros sigue siendo un padre.»4 En una entrevista hacía algunos años, su hijo Juan había dicho: «A mi padre y a mí nos quisieron poner muchas veces como héroes de la patria y hacernos reconocimientos públicos, tanto en Chile como en Uruguay, pero nunca los aceptamos. Nuestro mayor premio es que todos los sobrevivientes nos visitan cada año y nos invitan a Uruguay. Y cuando nos vemos, a él le dicen papá, y a mí, hermano...»5

Quiera Dios que el ejemplo que nos dejó Sergio nos impulse a todos a imitar —como lo hizo él— al buen samaritano de aquella conocida historia que contó Jesucristo.6 Pues de ser así es mucho más probable que algún día, en algún lugar de las montañas de nuestra vida, cuando necesitemos nosotros a un héroe que nos socorra, haya un Sergio Catalán que venga en nuestro auxilio.