«Esa tarde le cumplí a mi padre»

31 ago 2020

«El pitazo final hace rugir el estadio Olímpico Atahualpa. Cuarenta y dos mil hinchas saltan, gritan, lloran. El Ecuador le ganó dos a cero a la Argentina. ¡Dos a cero! ...

»Pocos hinchas han olvidado ese día. Era domingo. Un 2 de junio de 1996. Ecuador y Argentina se enfrentaban por las eliminatorias al Mundial de Francia.»

Así presenta las emociones vividas ese día la profesora ecuatoriana Martha Cecilia Ruiz en el segundo volumen de la serie titulada: Con sabor a gol: Biblioteca del fútbol ecuatoriano.

Según el sociólogo Hernán Reyes, «una de las tantas magias que ofrece el fútbol es el hecho de invertir los valores sociales, aunque sea por noventa minutos». Así, por obra y gracia de un partido bien jugado, un hombre pobre o negro —mal visto antes de entrar a la cancha— puede convertirse en héroe —señala Ruiz—. Por eso, en el partido Ecuador-Argentina, el esmeraldeño Eduardo Hurtado se volvió estrella cuando, dos minutos antes del pitazo final, pegó la carrera desde la media cancha y, con un cañonazo, marcó el segundo tanto: el del triunfo. Los hinchas lloraron. Hurtado corrió hacia [las graderías], se levantó la camiseta tricolor, besó el escapulario con la imagen de Narcisa de Jesús y ofreció el gol a su padre. Patria, religión y familia... tres pájaros de un tiro.»1

Apodado «El Tanque», Eduardo Hurtado (que en ese entonces era el goleador del Galaxy de Los Ángeles, Estados Unidos) se había sumado a la selección ecuatoriana apenas cinco días antes del partido, pero se había quedado entrenando en Guayaquil para no sentir los efectos de la altura. Viajaba a la capital para los entrenamientos tácticos y para escuchar lo que tenía que enseñar el técnico Maturana, pero inmediatamente después regresaba en avión al puerto principal del país.

Dos años antes, en un partido amistoso disputado allí mismo en Guayaquil, la selección del Ecuador había logrado derrotar por primera vez a Argentina, encabezada por su máxima estrella Diego Armando Maradona. Pero ahora Maradona estaba encendiendo los ánimos diciendo que Maturana tenía miedo de este encuentro.2

«Yo le había prometido a mi padre Ramón que iba a hacer un gol ante Argentina —recuerda Hurtado acerca de esa histórica tarde de 1996—.... Estuve a punto de marcar en varias ocasiones, pero Bossio atajaba todo.

»En el minuto 89 la gente pedía que terminara el partido. Pero yo nunca perdí las esperanzas: un minuto después, Álex Aguinaga me hizo un pase desde la media cancha, corrí con todo y le pegué con fuerza y mucha fe. Vi que el balón entró en el ángulo.... Me abrazaban Wagner Rivera y Lucho Capurro, pero yo buscaba a mi padre en la tribuna. Cuando lo vi, me salieron las lágrimas.»3

¡Qué linda esa imagen del padre que revienta de orgullo por la hazaña de su hijo, a la vez que el hijo revienta de emoción por haberle podido cumplir semejante promesa a su padre! Si bien un padre es capaz de sentir tal emoción aquí en la tierra, ¿cuál no será la emoción que colmará de satisfacción a nuestro Padre celestial cuando, como hijos suyos, marquemos el gol final y se lo dediquemos a Él en las graderías de la gloria? Para que ese sea nuestro futuro, más vale que le prometamos a Dios que de aquí en adelante entregaremos alma y corazón en la cancha de las eliminatorias mundiales de nuestra vida.


1 Martha Cecilia Ruiz, «El fútbol: ¿el espacio absoluto de la masculinidad?», Con sabor a gol: Biblioteca del fútbol ecuatoriano, Kintto Lucas, Editor Volumen II (Quito: FLACSO Sede Ecuador, 2006), pp. 223-25 <https://biblio.flacsoandes.edu.ec/libros/digital/50307.pdf> En línea 11 marzo 2020.
2 Emilio José Carrión, «El día que Argentina perdió en el Ecuador», Diario El Universo, 31 mayo 2005 <https://www.eluniverso.com/2005/05/31/0001/ 15/C37F56773E0E45E29126BA459D78B2F5.html> En línea 11 marzo 2020.
3 Eduardo Hurtado, «Esa tarde le cumplí a mi padre», Diario El Universo, 31 mayo 2005 <https://www.eluniverso.com/2005/05/31/0001/ 15/5AA325C8FD694BDDB84231A2D976A3ED.html> En línea 11 marzo 2020.
Este Mensaje me ayudó Envíenme información Deseo una relación con Cristo