«Que nadie cante victoria»

29 may 2019

Una de las crónicas más entretenidas del Sitio de Cartagena de Indias entre marzo y mayo de 1741, durante la Guerra de la Oreja de Jenkins, es la siguiente del periodista antioqueño Argos en el primer tomo de su Cursillo de Historia de Colombia:

«Inglaterra estaba empeñada en echarle mano al comercio de estas Américas, y no [perdía oportunidad] de [meterle] contrabando y mandarle piratas y lo que fuera.... Los ingleses querían apoderarse de todos los puertos de los españoles en América, [así que] mandaron... contra los del Caribe a un almirante que se llamaba Eduardo Vernon, con una escuadra nunca vista.... Acomodados en 186 barcos [para] atacar a Cartagena [había] 8.000 soldados escogidos, 12.600 marinos, 2.000 peones y 1.000 negros esclavos, que entre todos sumaban 23.600....

»... Lo que tenían en Cartagena [para] hacerle frente a semejante gentío [eran apenas] 3.000 soldados, 600 indios flecheros y seis infelices buquecitos de guerra con sus marineros. Cualquiera diría que eso iba a ser como pelea de cucaracha patas arriba y vieja en chancletas, pero, como dice el verso:

que nadie cante victoria
aunque en el estribo esté,
que muchos en el estribo
se suelen quedar de a pie.

»Y era que en Cartagena, fuera del virrey [don Sebastián de] Eslava, que tenía [experiencia] en otras guerras, estaba encargado de la defensa, por el lado del mar, nada menos que don Blas de Lezo..., un macho de marino que en veintidós combates había dejado la pierna izquierda y el ojo del mismo lado, y tenía inutilizado el brazo derecho....

»Dos semanas estuvo [Vernon] dándoles candela a los castillos de la entrada.... Pero no se daban por vencidos los españoles.... Acorralados en el castillo de San Felipe... [cavaron] una [trinchera] muy honda y muy ancha todo en redondo... y una noche se le [dejaron] ir encima los ingleses por todos lados.... Las escaleras que habían alistado los ingleses para atravesarla no alcanzaban de un lado a otro, y los [prendieron] a candela esos españoles y los [fueron] tumbando como moscas con atomizador.... Dejaron... casi mil muertos y como 200 prisioneros.

»Y a eso se le sumó una peste entre los ingleses....

»... A los dos meses... tuvieron que salir los místeres con la cola entre las patas.

»Pero la humillación más grande fue que, como en Inglaterra estaban convencidos de que esa toma de Cartagena iba a ser como pelea de [pájaro] y guayaba madura, habían mandado hacer unas medallas o monedas en que pintaban a don Blas de Lezo arrodillado delante de Vernon, con un letrero que decía: “El orgullo español humillado por el almirante Vernon”.

»Y mucho fue lo que se rieron de esas medallas los que no querían bien a Inglaterra.»1

Argos tiene razón: A nadie le conviene cantar victoria. Hacía ya más de 2.700 años que Adonías, hijo del rey David de Israel, en su intento de usurpar el trono de su padre, había aprendido que semejante soberbia puede tener repercusiones muy perjudiciales.2 Lamentablemente, Adonías no había tomado a pecho las palabras de su padre David en el Salmo 18: que a los humildes Dios les concede la victoria, mientras que a los orgullosos los hace salir derrotados.3 Más vale que sigamos la enseñanza del sabio Salomón, el medio hermano de Adonías que sí llegó a ser rey: que el orgullo acaba en humillación y fracaso, mientras que la humildad resulta en honra y alabanza.4


1 Roberto Cadavid Misas (Argos), Cursillo de historia de Colombia I (Bogotá: Editorial Colina, 1995), pp. 95-100.
2 1R 1:1—2:25
3 Sal 18:27
4 Pr 18:12; 29:23
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